Ella lo miró.
Y él también la observó.
No dijeron nada al principio.
Solo sus miradas hablaron durante esos eternos segundos. Fue un instante suspendido en el tiempo, donde las palabras aún no tenían lugar, pero los sentimientos —todos— se sentían a flor de piel.
Sebastián fue el primero en romper ese silencio.
—Yo… voy a firmar el divorcio.
La voz le salió baja, áspera. Casi como si le costara formar las sílabas.
Melissa asintió con un movimiento leve, casi mecánico.
Su rostro estaba sereno, pero por dentro… por dentro se estaba rompiendo.
Luchó por no llorar, por mantenerse firme, por no rogar, por no temblar. Pero dolía.
Dios, cómo dolía.
Lo había deseado. Había rezado por ese momento, porque llegará el día en que él aceptara soltarla.
Pero ahora que ese día había llegado, sentía que se desgarraba por dentro. Porque no era solo un papel… era el final. Era aceptar que todo fue en vano.
Entonces, él habló otra vez.
—¿Podré estar en el parto?
Melissa cerró los ojos por un segundo. Resp