Melissa llegó al hospital con el corazón latiéndole como un tambor en el pecho.
Las luces frías del pasillo, los sonidos lejanos de otros partos, los pasos apresurados de las enfermeras… todo parecía borroso, como si estuviera viviendo una película desde fuera de su cuerpo.
Rodrigo la sostenía por la cintura mientras la ayudaban a recostarse en una camilla.
Ella temblaba, no sabía si por el dolor o por el miedo. El cuerpo comenzaba a tensarse por las contracciones que no cesaban, cada vez más intensas, como si algo dentro de ella estuviera intentando abrirse paso con furia y desesperación.
La enfermera la llevó a una habitación privada. Melissa se aferró a las sábanas, buscando controlarse, pero cada ola de dolor la hacía encogerse. Aún no dilataba lo suficiente. Debía esperar.
Las horas pasaban lentas.
Ella trataba de fingir que no era tan grave. No quería parecer débil frente a Rodrigo. Pero su respiración se entrecortaba, su rostro estaba empapado de sudor, y sus piernas temblaban.