Capítulo 4

Un mes después…

Después de haber tomado la decisión de divorciarse de Carlos, Isabella había llegado a un punto de inflexión en su vida que la desafiaba a cada paso. Aquel mes había sido uno de los más difíciles que había atravesado, lleno de noches de insomnio y días en que la se sentía como sombra constante. Sin embargo, en ese vendaval emocional, el amor por su hija, Eva, era lo que la mantenía en pie. La idea de luchar por la custodia de su pequeña llenaba de coraje en su corazón quebrantado.

Cuando había salido de alta del hospital, de inmediato fue en busca de su hija, ambas se alojaron en casa de Gaby durante todo ese tiempo, mientras gestionaban todo con  el abogado.

Eva, con sus dos años, era el centro de su universo; su risa era la luz en medio de la oscuridad que había envuelto su vida. Con la firme determinación de obtener lo que era suyo, le pidió a su mejor amiga, Gaby, que la ayudara a encontrar un abogado. Gaby había estado a su lado durante cada etapa de esta oscura historia, siempre dándole palabras de aliento y, a menudo, también un hombro en el que llorar.

Y pensar que cuando se había casado con Carlos, habían perdido un poco de comunicación, Gaby vivía en la ciudad de Manhattan, mientras que Isabella se había mudado con la familia de Carlos a las afueras, sus suegros vivian en una lujosa casa campestre a las afueras de la ciudad… Donde ella no había sido más que la sirvienta de todos ahí.

Cuando finalmente el caso del divorcio llegó a los tribunales, la tensión era palpable. Ella sentía como si sus pies estuvieran sumidos en cemento mientras se dirigía a la sala del juicio. Isla trató de inhalar profundamente, aferrándose a la idea de que este juicio era su única oportunidad de demostrar que era capaz de ser la madre que Eva merecía. Que era una oportunidad de libarse de un peor futuro para ambas. Pero en el estruendo del tribunal, otra imagen comenzó a invadir su mente: la escena de su graduación. Carlos, de rodillas, declarando su amor en medio de una multitud. Era un momento que ella había guardado en su corazón como un tesoro, un recuerdo de juventud e inocencia, ahora totalmente contrastante con la frialdad del entorno donde se encontraba.

Y es que la Isa, de hace unos años atrás, jamás se habría imaginado un fin como este.

Allí, en ese mismo lugar, ambos se miraron de nuevo cara a cara, pero esta vez eran rivales, dos desconocidos en un juego cruel. Carlos, a pocos metros de distancia, parecía un extraño al que apenas podía reconocer. Su rostro reflejaba dureza y frialdad, una expresión que parecía haber desterrado todo atisbo de lo que fue su amor. Isa luchaba por mantener la compostura, recordando en ocasiones que ese mismo hombre había sido su compañero en momentos de felicidad.

Aunque el solo recuerdo hacia doler su corazón.

Los padres de Carlos habían llegado a la corte dispuestos a respaldar a su hijo con todas sus fuerzas. Como parte del plan, se habían asegurado de cubrir toda prueba de la infidelidad y de la violencia doméstica que había tenido lugar durante su relación. Sabían perfectamente que esto era un juego de poder, uno en el que estaban decididos a ganar. Isa era consciente de cuán ingenua había sido, confiando en que la verdad prevalecería; por desgracia, la verdad parecía ser solo un eco lejano en un mar de manipulaciones y mentiras.

—Su señoría —El abogado de Carlos se aclaró la garganta: — Mi cliente está de acuerdo en llevar a cabo el divorcio, sin embargo, insiste en quedarse con la custodia completa de la menor de edad, ya que la madre no tiene ni siquiera como mantenerse por su propia cuenta.

Isabella abrió los ojos en shock, ¿Acaso estaba trayendo a colación el hecho de que ella había decidido dedicarse al hogar solamente porque Carlos quería encargarse de ella y su hija?

El juez asintió, en sus manos parecía tener algún tipo de carpetas, seguramente con la información de caso, Isa empezó a preguntarse qué información podría tener a su favor.

Durante el juicio, su corazón se hundía más y más a medida que el abogado de Carlos la atacaba. Las críticas eran duras. Ella intentó contrarrestar cada argumento, pero las palabras y las pruebas presentadas eran abrumadoras. Había documentación que mostraba que no había tenido un trabajo desde su graduación. Vivía de la generosidad de los padres de Carlos, quienes siempre habían considerado que su hija era parte de la familia, a pesar de la cruda realidad cuánto había cambiado desde aquellos días.

—Su esposa no puede mantenerse a sí misma ni a su hija. Y, si es incapaz de cuidar de sí misma, ¿cómo podría cuidar de Eva? — El argumento expuesto por el abogado de Carlos resonaba en su mente como un martillo de guerra. Cada golpe verbal que recibía la dejaba más expuesta, más vulnerable.

Pasaron horas, pero el tiempo parecía entorpecerse. Isabella se sintió reducida a un objeto, un ser sin voz ni poder ante un sistema que parecía diseñado para quitarle lo que más amaba en este mundo. La madre que había soñado ser, la mujer capaz de enfrentarse a todos los obstáculos por el bienestar de su hija, se sentía despojada de su fuerza.

Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, llegó el veredicto. La voz del juez resonó en la sala.

—Se otorga la custodia de Eva a su padre, Carlos.

 Esa simple declaración fue como un ladrillo cayendo sobre su pecho, aplastándola bajo su peso. Las lágrimas empezaron a brotar sin piedad, como un torrente que jamás había podido contener.

—¡No! —Grito Isabella, con los ojos lleno de lágrimas —Él no puede quedársela, es un hombre violento y ruin ¡Tengo evidencia de abuso doméstico y lo acusó públicamente de adulterio!

Isabella corrió con todas sus fuerzas hacia el podio del juez, llevando consigo en una carpeta fotografías tomado por los médicos forenses luego de haber sido sometida por Carlos.

Aun así, el juez apenas le dedico una mirada, ignorándola por completo.

La carpeta se deslizo de sus manos, esparciendo todo su contenido en el suelo mientras guardias se seguridad se acercaban lentamente.

Isa se sintió desolada, no solo por perder la custodia de su hija, sino por la impotencia que sintió en ese momento. No podía hacer nada para cambiarlo. Había tenido esperanzas, había luchado, pero lo que realmente había perdido era una batalla que había empezado incluso antes de que comenzara.

Con cada paso que daba hacia la salida, su corazón se rompía un poco más. Se detuvo frente a la puerta, sintiendo que el aire escaseaba de su entorno. Sabía que no podía rendirse, y aun así, no podía imaginar una vida separada de Eva. Se sobrepuso lo suficiente para girarse y despedirse de su pequeña hija. La mujer que había sido en el pasado había desaparecido, y en su lugar, quedaba una madre que, a pesar de la devastación, necesitaba ser fuerte.

Eva, con sus ojos grandes y llenos de inocencia, parecía no entender qué estaba pasando.

—Mami…—murmuró mientras levantaba los brazos, buscando la cercanía que solo una madre podía proporcionar.

Esa imagen fue el último clavo en su ataúd emocional, y, al inclinarse para abrazarla, las lágrimas fluyeron sin control.

—Dos años dos años…—musitaba para sí misma entre sollozos, aferrándose a su niña. —Te juro que volveré por ti, mi bebé, espera a mamá.

El dolor en sus entrañas era insoportable; se sentía como una parte de ella que se perdía irremediablemente.

Mientras se dirigía al vehículo, la última imagen de su hija siguió sujeta al rincón de su mente. La forma en que Eva había corrido detrás de ella mientras los gritos salían de su boca, procurando retener el contacto, fue para Isa un recordatorio oscuro de lo que había perdido. La pequeña continuaba llorando, tal vez en un intento de captar la atención de su madre, tal vez buscando la respuesta que ninguna de las dos podía dar en ese momento.

Finalmente, subió al auto, sintiendo que el mundo a su alrededor se apagaba. Con cada metro que se alejaba de la corte, cada latido de su corazón resonaba en vacío.

«Te prometo que haré lo que sea necesario para volver por ti, Eva» se repetía a sí misma mientras las lágrimas caían por sus mejillas. Sabía que el camino hacia el futuro sería un camino largo y doloroso, pero en algún lugar dentro de ella había un pequeño resquicio de esperanza que se negaba a morir.

El sonido del motor encendió el vacío en su pecho, pero Isabella era una madre, y con la determinación de proteger a su hija, sabía que esa no sería la última vez que vería a Eva. Volvería. Volvería y lucharía con cada fibra de su ser. Lo único que necesitaba era tiempo y la fuerza para levantarse nuevamente. Consciente del dolor que afrontaba, también había algo que crecía en su interior, una especie de resiliencia que la empujaría a buscar justicia.

*********

Sebastián tomó otra botella de whisky del minibar en la esquina de la sala. Apenas eran las once de la mañana, y el alcohol buscaba ser su refugio, su escape momentáneo. Sus pasos trastabillaron al caminar hacia el sofá, donde se sentó con peso, mirando el mar en silencio. Desde hace una semana, su mente y su corazón estaban en una lucha constante, intentando poner en orden tantos sentimientos que se le anudaban en la garganta, que amenazaban con dejarle sin aire.

—¿Qué hago con esto? —susurró, tomando la botella y dándole un pequeño sorbo en un intento por calmar el tumulto interno.

Su mirada, perdida en las olas, parecía que buscaba respuestas en el reflejo del agua. Pero solo encontraba el eco de su propia angustia. Trabajaba duramente para mantenerse frío y calculador, como siempre había sido, pero esa mujer había sacudido sus cimientos. La mujer que ni siquiera sabía de su existencia.

Él mismo lo sabía: estaba enamorado. Aunque hacía casi diez años que no sentía amor, esa chispa, esa atracción magnética, seguía allí, pulsando en cada fibra de su ser. Lo más irónico y doloroso era que esa mujer, Isabella, estaba casada y tenía una hija. Todo en su interior le gritaba que fuera prudente, que no se metiera en un juego imposible, pero el deseo era un enemigo implacable.

—Llegaste tarde, Sebastián —se dijo en voz baja, con tono frío, como si ese simple pensamiento pudiera congelar la pasión que le ardía por dentro.

Su mirada cayó en el vaso roto en el suelo. El cristal, en pedazos, recordaba su estado interior: un caos fragmentado. En sus pensamientos, pudo imaginar a otra figura, muy cerca de ella, tocándola con intensidad. La misma boca que él había soñado besar, ahora, en la mente de otro, estaba siendo acariciada y devorada por otro hombre. La visión le provocó un sudor frío y un nudo en la garganta. Todo su cuerpo temblaba mientras esa sensación de furia y frustración lo invadían.

—¡Mierda! —pronunció con un susurro frustrado, mientras se pasaba las manos por el rostro, intentando disipar esa vorágine de emociones.

Entonces, los pasos de alguien en la puerta interrumpieron su trance. Era Thomas, su jefe de seguridad, con una expresión de preocupación.

—Señor, ¿se encuentra bien? —preguntó con cautela, escudriñando el plus ultra de su expresión.

Sebastián levantó la vista con ojos entrecerrados y, con una expresión que decía “claro que no”, negó con la cabeza.

—¡No! —exclamó, casi en un suspiro—. No estoy bien… No puedo evitar pensar en ella. En Isabella. El deseo, Thomas. La necesito… ¡Hasta el sufrimiento me gusta pensar en ella! —sus palabras escaparon como un grito ahogado—. Todo esto es una locura.

Thomas permaneció en silencio, sabiendo que no era momento de hablar, solo de escuchar.

—No puedo estar más lejos de ella… y no puedo seguir resistiendo. La amo, ¿sabes? —dijo Sebastián, casi en un suspiro, con esa sincera sinceridad que contradice su carácter frío y calculador—. La amo, y eso me está matando.

El silencio que siguió fue pesado, lleno de pensamientos no dichos. Sebastian tomó un respiro profundo, intentando calmar el torbellino que lo consume.

Pero entonces, su jefe de seguridad sacó un sobre y se lo entregó con precisión. Sebastian lo abrió lentamente, como si tuviera miedo de lo que descubriría. Al leer las primeras líneas, su corazón se aceleró.

—¿Qué es esto? —preguntó, sin poder apartar los ojos del papel. —

—Informe de vigilancia, señor. Información sobre la situación de Isabella.

Sebastián empezó a leer. La noticia era algo que había anhelado y temido al mismo tiempo: Isabella y Carlos estaban en trámites de divorcio. La posibilidad de una separación, de una oportunidad, se abría ante él. La esperanza empezó a crecer en su pecho, como una pequeña chispa de luz en la oscuridad.

—¿Divorcio? —murmuró, con incredulidad—. ¿De verdad? —Una sonrisa tímida apareció en sus labios, mezclada con una chispa de esperanza.

Al parecer Isabella y Carlos estaban en trámites de divorcio.

Leyendo el informe Sebastian sabía que se trataba de una infidelidad…

«Es un idiota» pensó al darse cuenta de que Carlos había dejado ir a una mujer increíble, Sebastian simplemente no podía entender como ahora tenía tanta suerte… Tal vez ahora podría tener una posibilidad con Isabella.

Sabía que la infidelidad de Carlos era el motivo de la ruptura, y eso solo aumentaba la chispa de ilusión que empezaba a arder en él. Su mente se llenó de imágenes: Isabella libre, sin aquel hombre que solo lograba destrozarla, y él, recuperándola.

—Tal vez, solo tal vez, pueda volver a verla —pensó, sintiendo en su estómago ese vuelco extraño, como mariposas revoloteando—. Quizá aún tenga una oportunidad.

Durante unos segundos, todo en su interior cambió. La emoción lo envolvió, y sintió que podía conquistar el mundo con solo saber que ella estaba al alcance de sus manos.

—Thomas —dijo, levantándose de golpe, con determinación—. Prepara el auto. Necesito salir ahora mismo.

El jefe de seguridad asintió con la cabeza, respetando la decisión sin hacer preguntas. Sebastián, con una mezcla de nervios y excitación, fue hacia la vitrina, tomó las llaves de un auto BMW que había comprado años atrás, y en un impulso, encendió el motor rugiente.

—Isabella, voy por ti —susurró, con esa esperanza renovada en el corazón, mientras la puerta abría la puerta y salía disparado hacia la noche.

Si se trataba de una segunda oportunidad que le estaba dando la vida, él no pensaba desaprovecharla en lo más mínimo. Sebastian sabía lo que quería, y lo quería era a Isabella.

Él haria lo que fuera por tenerla.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP