Capítulo 3

Isabella se miró al espejo con una mezcla de emociones. Sabía que la confianza se había quebrado en su matrimonio desde que se enteró de la infidelidad de Carlos. La noticia había sido un golpe devastador. Durante semanas, había sentido que su mundo se desmoronaba y, a pesar de todo, había decidido ignorar la situación. No quería que la traición de Carlos se convirtiera en el centro de su vida. Así que, en lugar de afrontar el dolor, optó por aparentar que todo estaba bien.

Día a día, se dedicó a cuidarse más. Isabella comenzó a hacer ejercicio, a mejorar su alimentación y a vestirse de manera que resaltara su figura. Se peinaba con esmero y se maquillaba antes de que Carlos llegara a casa. Quería ser la mejor versión de sí misma, aunque en su interior la tristeza la consumía.

«Quizás él se dé cuenta de lo que tiene a su lado» pensaba, mientras sonreía frente al espejo. Sin embargo, lo que más la sorprendía era que, con el paso del tiempo, Carlos había dejado de llegar tarde a casa.

«¿Acaso ya recapacitó?» se preguntaba, una punzada de inseguridad atravesando sus pensamientos. En lugar de sentirse aliviada, cada vez que Carlos llegaba a la hora y mostraba una actitud cariñosa, sospechaba más de él. Empezó a pensar que tal vez había una nueva amante en su vida, alguien que lo hacía sentir tan bien que se encontraba dispuesto a renunciar a las escapadas.

Un día, mientras pasaba por la calle del parque cercano a su casa, se cruzó con un grupo de maternidad y encontró una revista sobre el embarazo. Al abrirla, su corazón latía con fuerza. “Los primeros signos de un bebé” era la frase que más le llamó la atención. Un torrente de emociones se originó en su interior, provocando una mezcla de esperanza y miedo.

«¿Tal vez la llegada de un nuevo integrante a la familia podría arreglar las cosas?» se preguntó en silencio.

Días más tarde, Isabella decidió acudir al médico para hacerse una revisión. La jornada estuvo llena de nervios y anticipación. Cuando finalmente el doctor entró con una sonrisa, su corazón se detuvo:

—Isabella, tengo buenas noticias. Estás embarazada.

«Embarazada» La palabra se repetía una y otra vez en su cabeza.

Una ola de felicidad la inundó. Un nuevo integrante en la familia podía cambiar todo. «Carlos va a ser un buen padre, estoy segura de ello», se repetía una y otra vez, imaginando un futuro lleno de risas, juegos y un hogar cálido. Pensó que tal vez, con este nuevo comienzo, Carlos dejaría sus aventuras fuera de casa y se volcaría en su familia. La idea le dio aliento, y un nuevo privilegio comenzó a habitar en su corazón.

Con una mezcla de alegría y nerviosismo, Isabella tomó su teléfono móvil y decidió darle la noticia a Carlos. Marcó el número, su corazón latiendo con fuerza en el pecho. «Al fin algo bueno», pensaba, mientras la llamada sonaba. Pero las emociones se tornaron la amarga realidad cuando la voz de la operadora le informó que su esposo no podía contestar.

«¿Cómo es posible que no responda?», una duda empezó a germinar en su mente. Volvió a intentarlo y nuevamente no tuvo éxito. La incertidumbre comenzó a oscurecer su felicidad.

—¿Dónde puede estar? —murmuró para sí misma, mientras se sentaba en la cama sin saber qué pensar. Pasaron los minutos, y la ansiedad creció en su pecho. Ellos no se comunicaban con tanta frecuencia como antes, y el hecho de que no contestara el teléfono solo la llevó a pensar lo peor.

Isabella había dicho una pequeña mentira a Carlos esa mañana, una mentira que ahora parecía insignificante frente a la realidad que la rodeaba. Había planeado ir directamente a recoger a Eva después de la revisión médica, pero su instinto maternal y su preocupación por su hija no eran los únicos motivos que la llevaron a hacer ese desvío a casa. Había algo más, una sensación cruda y punzante en su interior que la instó a hacerlo.

Al abrir la puerta de su hogar, el silencio ensordecedor la envolvió. Miró a su alrededor, y su corazón se hundió al ver la ropa y los tacones de una mujer esparcidos en la sala de estar. Los nervios la atenazaron; un terrible presentimiento se instaló en su pecho.

Entonces una serie de risas femeninas llegaron a sus oídos

«Imposible…Esto no puede ser» El cuerpo de Isa temblaba, se sentía mareada ante la realidad frente a sus ojos.

Cada paso que daba hacia la habitación que compartía con Carlos parecía más pesado. El corazón le palpitaba frenéticamente, y el aire se le hacía escaso.

—Oh, me encantas —Esa era la voz de Carlos, pero no estaba dirigida a Isa.

En su mente se repetían una y otra vez las caricias y palabras de amor de parte de Carlos… Sin embargo, aunque podía escucharlas en ese momento, no era con ella con quien hablaba.

Una voz suave hacía eco por el apartamento…Una voz de mujer.

Cuando se asomó a la habitación, escuchó una conversación que le hizo temblar. La voz de una mujer, clara y desafiante, resonó en sus oídos:

—¿Cuándo piensas divorciarte de tu esposa? — Sin duda esa era la voz de Bella, la misma voz que había escuchado en la oficina hace tiempo.

No necesitaba más detalles para entender la magnitud de lo que estaba presenciando. Fue como si el suelo se abriera bajo sus pies y la arrojara a un abismo oscuro.

Cansada de disimular, Isabella irrumpió en la habitación, y lo que vio fue una imagen que quedarían grabada en su memoria para siempre: su esposo, Carlos, desnudo en la cama junto a Bella, que apenas se cubría con una sábana. El estallido de gritos que emitió Isabella fue casi instintivo.

—¿Qué demonios estás haciendo? —Isabella apretó sus manos en puños a sus costados— ¿Cómo pudiste, Carlos? — La rabia y la traición en su voz eran palpables, resonaban en las paredes del cuarto como un eco de su propio dolor.

Carlos se congeló por un momento. La culpa y el enojo se enredaron en su mente. Era su esposa, la mujer que había estado a su lado, y ahora la enfrentaba, llena de furia y desesperación. Bella, por su parte, no tardó en vestirse rápidamente, su mirada inquieta destilaba una mezcla de satisfacción y inquietud… Pero eso lo que ella siempre había querido.

Sin pensarlo, Isabella dio un paso adelante, abofeteando a Bella, un acto que desató una lucha feroz. Las dos mujeres comenzaron a forcejear, atrapadas en un espectáculo de heridas emocionales y físicas que se cerraban en torno a ellas. En medio del caos, Isabella sintió de repente un dolor agudo y punzante en su abdomen. Confundida, levantó la vista y encontró a Carlos, ahora con el puño aún en el aire, su mirada era aterradoramente fría.

Ahora el silencio reinó en la habitación, mientras Isabella caía de rodillas en el suelo, a causa del dolor en su abdomen.

Nunca antes Carlos había levantado la mano contra ella. La sorpresa, seguida de una ola de dolor tanto físico como emocional, la hizo tambalear. Isa no sabía si el dolor que sentía en su abdomen provenía del golpe o si era su corazón rompiéndose en mil pedazos. La imagen del hombre que había amado durante tantos años se transformaba rápidamente en un monstruo ante sus ojos.

Bella sonrió burlonamente mientras se dirigía hacia Carlos.

—Carlos, no tienes mucho tiempo, por favor, ocúpate de ella lo antes posible—  le dijo con una frialdad que hizo que Isabella sintiera un escalofrío recorrerle la espalda. A medida que Bella salía de la habitación, Carlos e Isabella quedaron solos en esa atmósfera cargada de tensión y traición.

Isa sentía que estaba perdiendo la cordura. El dolor la invadía, y de repente, se encontró gritando, maldiciendo a Carlos sin parar.

—¡Me has traicionado! ¡No puedo creer que hayas hecho esto! — Pero sus palabras parecían perderse en la atmósfera. En su desesperación, se volvió hacia él y le lanzó una verdad desgarradora —Eres un grandísimo bastardo… ¿Cómo pudiste?

Carlos no dijo ni una sola palabra, pero la mirada en su rostro era una que no reconocía.

—Bueno, no pretendía que las cosas pasaran de este modo —Admitió él, pero lejos de sentirse arrepentido.

—¡Si no me hubieras insistido tanto, no habría aceptado casarme contigo! —Isabella lo señaló —¡No mereces mi amor!”

La reacción de Carlos fue instantánea; la ira consumió su ser y perdió el control. Le propinó una bofetada brutal, y antes de que ella pudiera reaccionar, la agarró del pelo y la arrastró hacia el baño. Fue un acto tan violento, que Isabella se encontró luchando contra su propia impotencia. Era la primera vez que experimentaba un maltrato físico en una relación que alguna vez había considerado amorosa.

Las lágrimas brotando de sus ojos y sollozos desgarraron su garganta. Carlos continuó golpeándola, cada impacto culminando en un grito ahogado y un destello de esperanza que se extinguía rápidamente, la tomó del cabello y la arrastro hacia el baño para seguir golpeandola. A medida que se acurrucaba en un rincón del baño, el dolor se intensificaba. Se dio cuenta de que, en medio de esa locura, algo más gravemente trágico había ocurrido. Con la mente aún nublada, sabía que los fuertes golpes habían llevado a una grave consecuencia: un aborto espontáneo.

Podía un líquido tibio resbalando por sus piernas, sabia sin lugar a duda que se trataba de su propia sangre.

Acaba de perder a su hijo

El pensamiento de dejar todo atrás y liberarse de esta tortura se volvió su única razón en ese momento. «Tengo que divorciarme», se dijo, y su corazón, aunque roto y herido, empezó a reconstruir lo que quedaba de ella. «Quiero llevarme a Eva, a mi hija»

Con un último esfuerzo, salió arrastrándose del baño. Adolorida, pero decidida, se subió a la cama y cogió su teléfono. No estaba clara sobre a quién llamar, pero sabía que necesitaba ayuda. Su mente estaba nublada, pero el deseo de salvarse a sí misma y a su hija era más fuerte que el dolor que sentía.

“Por favor, ayúdenme”, murmuró entre lágrimas mientras marcaba el número de emergencia.

***

Cuando el doctor confirmo sus sospechas nuevas lagrimas cayeron por sus mejillas y en un gesto instintivo llevo sus manos hacia su vientre, donde ya no reposaba ninguna vida.

«Quizás sea el destino» pensó «Tal vez no merecías tener esta vida, pequeño bebé»

Las siguientes horas pasaron como un borrón en la mente de Isabella. La angustia y el dolor físico eran intensos, pero la sensación de traición siempre permanecía en primer plano. Cuando su amiga Gaby llegó, Isabella pudo ver un atisbo de alivio en su rostro, y eso fue lo que necesitaba en ese momento. Era alguien en quien confiar, a quien poder contarle todo sin miedo a ser juzgada.

—Isa, ¿qué ha pasado? — preguntó su amiga al ver a Isa con los ojos hinchados y el cuerpo marcado.

Isabella no podía hablar en ese momento, estaba presa del dolor, pero el dolor físico no se comparaba al que sentía su corazón.

Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, Isabella pudo respirar un poco mejor. Las lágrimas comenzaron a ceder, y con cada una, Sintiéndose un poco más fuerte.

—Quiero divorciarme— confesó finalmente —y quiero llevar a Eva conmigo.

Su amiga asentía, comprendiendo la gravedad de la situación.

—No estás sola en esto, te apoyaré en cada paso. Hay recursos, hay maneras de salir. Tienes que hacerlo por ti y por Eva. No puedes permitir que esto continúe.

Así, Isabella comenzó a trazar un plan, un plan que no solo implicaba el divorcio, sino también la reconstrucción de su vida, un paso a la vez. Mientras pensaba en su hija, el amor que sentía por ella se convertía en su fuerza. Teniendo esa claridad, Isabella supo que había llegado el momento de cerrar ese capítulo doloroso de su vida y abrir la puerta a un futuro donde pudiera ser libre, donde pudiera ser madre, donde podría recuperar su vida.

Pero debió suponer que nada sería tan fácil…Y que esto solo sería el principio del verdadero infierno que viviría.

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