Sebastián cerró la puerta de la habitación y se quedó un momento en silencio, apoyado contra el marco. Afuera, la noche seguía siendo fría, pero dentro de la casa había un calor tenso, como si cada pared contuviera la respiración.
Isabella no podía dormir. Se había quitado las botas y permanecía sentada en la cama, con los codos sobre las rodillas y la mirada fija en el suelo. No estaba pensando en Carlos… al menos no directamente. Pensaba en lo que vendría después.
Un golpe suave en la puerta la sacó de sus pensamientos.
—¿Puedo pasar? —la voz de Sebastián era baja, pero firme.
—Adelante.
Él entró, llevando una carpeta y dos vasos de whisky. Dejó ambos sobre la pequeña mesa junto a la ventana y se sentó frente a ella.
—No tenemos mucho tiempo —comenzó—. Mañana, a más tardar, los Millán sabrán que Carlos está muerto. Y si no lo saben, alguien se encargará de decírselo.
—¿Y crees que vendrán esta misma noche? —preguntó ella.
—No. Primero investigarán. Querrán saber si fue un ajuste de