El viaje fue largo y silencioso. El paisaje urbano se fue transformando en terrenos más abiertos, con carreteras desiertas y edificios industriales abandonados. Sebastián conducía con una mano firme, pero sus ojos no dejaban de mirar los espejos retrovisores.
— ¿Esperas que nos sigan? —preguntó Isabella.
—Por desgracia si ―Sebastian asintió―Pero no permitiré que se nos acerquen.
El taller apareció a lo lejos: una construcción vieja, con paredes de ladrillo y un gran portón metálico pintado de azul desgastado. El letrero oxidado apenas dejaba leer “Mecánica y Soldadura Vargas”.
Isa se estremeció visiblemente, solo podía imaginarse el hombre del que había hablado Sebastian y los vellos de su nuca se erizaban.
Sebastián detuvo la camioneta frente al portón y tocó el claxon tres veces, en un patr&oa