Isa observó el cuerpo inmóvil de su ex esposo tirado en el suelo.
Por un instante, no hubo sonido alguno. Ni los latidos de su corazón, ni el murmullo del viento, ni siquiera el eco del disparo que aún debía resonar en alguna parte de su conciencia. Sólo el silencio... un silencio espeso, irreal.
Sus manos comenzaron a temblar, primero levemente, después con violencia, hasta que el arma resbaló entre sus dedos y cayó al suelo con un golpe seco. Fue entonces cuando notó la humedad caliente deslizándose por su mejilla. Lágrimas. No había sido consciente de que lloraba hasta que su visión se hizo borrosa.
Acababa de matar a su primer amor… y al hombre que había asesinado a su hija.
Un crujido tras ella la hizo dar un respingo, pero no se giró. No necesitaba hacerlo. El aroma de Sebastian era inconfundible: una mezcla entre cuero, madera y algo más profundo, más reconfortante. Él era el ancla que la había mantenido firme cuando todo parecía derrumbarse.
Unos brazos fuertes la rodearon por