La carretera vieja era un corte oscuro entre cerros y matorrales. No había luces, salvo el reflejo lejano de las farolas de la autopista principal. El aire era frío, y cada crujido de las piedras bajo sus botas sonaba más fuerte de lo que debía.
Sebastián señaló una zona elevada, cubierta por arbustos secos.
—Tú te quedarás aquí abajo, detrás de esas rocas. Cuando dispare a las llantas, corres hacia el camión. No antes.
—Entendido… ―El corazón de Isabella golpeaba fuertemente contra sus costillas.
Él subió el terraplén, desapareciendo en la sombra. Isabella se agachó detrás de las rocas, su respiración controlada, la pistola lista en la mano. El silencio era tan absoluto que podía oír los latidos de su propio corazón.
Entonces, a lo lejos, apareció el primer destello de f