Ivy Hart ha dedicado su vida a hacer crecer su empresa tecnológica, una startup que ha comenzado a llamar la atención en el competitivo mundo de los negocios. Cuando Alexander “Xander” Blackwood, un poderoso inversor con reputación de mujeriego y narcisista, muestra interés en financiar su proyecto, Ivy rechaza la propuesta sin dudarlo. Para ella, Xander representa todo lo que desprecia: un hombre acostumbrado a comprar su camino hacia lo que quiere, sin escrúpulos ni compromisos. Pero el rechazo de Ivy sólo despierta la fascinación de Xander. Intrigado por la fuerza y orgullo que ella demuestra, decide que no sólo quiere ser parte de su empresa… la quiere a ella. Así comienza una intensa guerra de voluntades, donde ambos chocan en cada oportunidad, atrapados en una dinámica de poder y deseo. Obligados a colaborar a regañadientes, Ivy y Xander deberán navegar una relación de amor-odio mientras las líneas entre el control y la rendición se vuelven cada vez más difusas. ¿Podrá Ivy resistirse al hombre que insiste en que le pertenece, o Xander terminará sucumbiendo ante la única mujer que parece inmune a su poder?
Ler maisSi algo he aprendido en mis años como emprendedora es que los tiburones no nadan solos. Aparecen en silencio, cazan en grupo y, cuando te has dado cuenta de su presencia, ya es demasiado tarde. Me he pasado la vida construyendo una empresa en un mar lleno de depredadores, pero nunca pensé que uno de ellos intentaría reclamarme como si fuera un trofeo.
El inicio de todo fue el peor lunes de mi vida. Ahí estaba yo, en la sala de juntas de mi pequeña pero prometedora startup, tratando de convencer a mis socios de que necesitábamos financiación externa para lanzar nuestro nuevo software de ciberseguridad. Había pasado semanas organizando reuniones con posibles inversores, y la respuesta era la misma: “Tienes potencial, Ivy, pero aún te falta crecer”. Me quedaba una última carta, una que prefería no jugar.
Xander Blackwood.
El nombre en sí provocaba reacciones en la industria. Algunos lo llamaban visionario; otros, depredador. Su éxito era indiscutible, y la cantidad de ceros en su cuenta bancaria parecía infinita. Pero su reputación iba más allá de los negocios. Era conocido como un hombre que devoraba todo lo que encontraba a su paso, desde empresas hasta mujeres. Las historias sobre él eran infinitas: citas breves, mujeres hermosas y un aire de arrogancia que podía sentirse desde kilómetros de distancia.
Yo no quería a alguien como él cerca de mi empresa, ni en mi vida. Sin embargo, a veces las circunstancias nos obligan a hacer concesiones. Mi asistente había contactado a su equipo, y ellos aceptaron una reunión. A pesar de mis reservas, me presenté en sus oficinas esperando lo mejor, aunque lista para enfrentar cualquier escenario.
La oficina de Xander era exactamente lo que esperaba: moderna, minimalista, y con unas vistas impresionantes de la ciudad desde el último piso del edificio; el lugar perfecto para un CEO desalmado. Apenas entré, sentí una oleada de desagrado. Era como si el espacio reflejara la personalidad de su dueño. No había calidez, solo lujo calculado y control absoluto.
Me senté al borde del asiento, con la carpeta de presentación entre las manos. Noté cómo mis dedos la apretaban más de lo necesario. Crucé una pierna sobre la otra y la descrucé enseguida. Respiré profundo, una y otra vez, tratando de acompasar mi respiración y relajar mis músculos, fié la vista en un punto del ventanal para calmar el nudo que se estaba formando en mi estómago. No podía permitirme dudar, pero estaba ahí, latiendo bajo la superficie.
Y entonces apareció él.
Entró en la sala con la seguridad de alguien que sabe que domina el mundo. Alto, con el traje perfectamente ajustado y una sonrisa que no era más que una máscara para sus verdaderas intenciones. Su presencia llenaba el espacio y, aunque no quería admitirlo, había algo en él que demandaba atención. Quizás era el intenso café de sus ojos, que podía mantenerte en vela toda la noche, o la suavidad con la que sus cabellos castaños se movían sin despeinarse.
Joder, Ivy, concéntrate.
No podía perder el foco de mi visita.
—Señorita Hart —dijo, mirándome de una forma que hizo que mi piel se erizara, aunque pude disimularlo bastante bien. Era una mirada intensa, como si estuviera evaluando cada detalle, cada defecto y cada fortaleza. Sentí que estaba siendo despojada de mi armadura en ese instante, sentí que me desnudaba con la mirada. Tragué grueso y sentí que mis manos comenzaban a sudar, me sequé disimuladamente con la falda de mi traje y lo miré a los ojos fijamente.
—Señor Blackwood —respondí con frialdad, alzando la barbilla, sin intenciones de dejarme intimidar.
Él se acomodó en su silla, cruzando las manos frente a él, y por un momento, un silencio tenso se extendió entre nosotros. Yo estaba lista para lanzarle mi propuesta, una presentación profesional y concisa que mostraba los beneficios de invertir en mi empresa. Pero antes de que pudiera empezar, Xander rompió el silencio.
—Es curioso… —dijo, como si estuviera pensando en voz alta—. Llevo un tiempo observando su empresa, Ivy. Es un proyecto ambicioso, aunque… me pregunto si tienes la piel lo suficientemente dura para sobrevivir en este mercado.
Mi mandíbula se tensó. En cualquier otro momento, me hubiera levantado y salido de la habitación, pero la necesidad de financiación me obligó a contenerme. Era evidente que él estaba intentando provocarme, tanteando mis límites, y no iba a darle el gusto de verme reaccionar.
—Creo que mis logros hablan por sí mismos, señor Blackwood. —respondí con media sonrisa, era una sonrisa de autosuficiencia.— De lo contrario, no estaría aquí sentada, y mucho menos estaría considerando su participación.
Él se recostó en su silla, sonriendo apenas, y sus ojos marrones se oscurecieron, llenos de algo que no pude descifrar. Era como si le divirtiera el juego.
—Directa y determinada. Me gusta —respondió, sin disimular la intensidad en su tono—. Aunque tengo una pequeña condición antes de considerar tu propuesta.
Mi piel se erizó ante su respuesta. Sabía que algo así estaba por venir, pero esperaba que fuera algo trivial, algún capricho de inversionista. Sin embargo, lo que siguió superó todas mis expectativas y mi paciencia.
—Quiero estar involucrado en cada decisión importante que se tome en la empresa —dijo, dejando caer la bomba como si fuera lo más natural del mundo—. Y en cada aspecto de tu vida profesional, Ivy.
Mi sorpresa fue instantánea. ¿Era en serio? ¿Pensaba que yo iba a aceptar semejante intromisión? Involucrarse en mi empresa era una cosa, pero querer tener poder sobre cada detalle… Eso no era una inversión; era un intento de dominio. Quise responder, decirle exactamente lo que pensaba de sus absurdas demandas, pero él continuó, interrumpiendo mis pensamientos.
—Eres una mujer fuerte, Ivy. Y a los hombres como yo nos atraen los desafíos. Piensa bien tu respuesta, porque una vez que entres en mi mundo, ya no habrá vuelta atrás.
Su declaración flotó en el aire, pesada y cargada de una arrogancia que no me sorprendió, pero sí me provocó. Esa fue la primera vez que pensé en levantarme y largarme de ahí sin mirar atrás. Sin embargo, algo dentro de mí, una chispa de desafío, me detuvo. Todavía no estoy segura de si fue buena idea quedarme.
Xander Blackwood creía que podía controlarlo todo, que podía doblar a cualquiera a su voluntad. Pero yo no era cualquiera. Si él quería entrar en mi vida, tendría que estar preparado para la tormenta que eso traería. Si él quería lanzarse a la boca del lobo, no sería yo quien se lo impediría. Estaba determinada a seguir escalando con mi empresa, aunque tuviese que vender mi alma en el proceso.
Una sonrisa triunfal surcó mis labios. Lo miré fijamente a los ojos y dije:
—De acuerdo, señor Blackwood. Será un placer hacer negocios con usted.
En ese momento, no podía prever lo que esa decisión traería. No sabía que Xander Blackwood no solo intentaría meterse en mi empresa, sino en cada aspecto de mi vida. Y, sobre todo, no tenía idea de cómo mi propio orgullo y determinación se pondrían a prueba de formas que jamás imaginé.
Estaba preparada para enfrentar a un tiburón en los negocios. Lo que no sabía era que estaba a punto de enfrentar una guerra de poder, una en la que los límites entre el control y el deseo se desdibujarían con cada encuentro.
Estuve llorando hasta que sentí que me quedaba sin lágrimas. El llanto era incontrolable, espeso como barro, denso como el miedo. No sabía en qué momento había empezado exactamente, pero sí recordaba la sensación de vacío que me había impulsado a dejarme caer sobre la cama, a acurrucarme con las rodillas al pecho, a buscar refugio en una oscuridad que no ofrecía consuelo. El cuerpo me temblaba, las manos se aferraban a la sábana como si de ella dependiera no caer más hondo.Los pensamientos eran un enjambre. Rápidos, filosos, punzantes. Me dolía el cuerpo, los ojos, el pecho. Me dolía la incertidumbre, la imposibilidad de saber si todo lo que estaba pasando era una pesadilla o un giro irreversible en mi vida. Cada respiración se sentía como una batalla. Me preguntaba una y otra vez cómo habíamos llegado hasta este punto.Cuando el teléfono vibró de nuevo, apenas tuve fuerzas para abrir los ojos. Miré la pantalla por encima de las pestañas empapadas. Era Adrián. Mi estómago se encogió.
Desperté con los primeros rayos filtrándose entre las cortinas, pero no sentí paz. Mi corazón latía con un ritmo desacompasado, como si hubiera corrido una maratón durante toda la noche. Apenas había dormido. Cada vez que cerraba los ojos, la palabra "embarazo" se grababa con fuego en mi mente. Mi cuerpo estaba junto al de Xander, su brazo extendido, rozando apenas mi cintura. Acariciaba mi piel en sueños, sin saber que su cercanía, aunque cálida, solo alimentaba el torbellino de dudas que se arremolinaba dentro de mí.El miedo no se había ido. Al contrario. Me había seguido hasta los sueños y me había despertado temprano, con una presión en el pecho imposible de ignorar. Él dormía plácido, con una sonrisa suave en los labios. ¿Cómo podía verse tan tranquilo, tan feliz, cuando yo sentía que me había arrojado a un abismo sin red?Apenas me levanté, le envié un mensaje a Emma para avisar que me tomaría unos días por temas médicos. No entré en detalles. No podía. Poco después me llamó.—
Xander me había dicho que descansara, que volviera a la cama. Pero, aunque lo intenté, no conseguí dormirme o sentirme cómoda acostada. Mi cabeza era un caos, pensaba en demasiadas cosas al mismo tiempo y, a la vez, sentía que mis pensamientos estaban vacíos.Estaba sentada en el borde de la cama, con las piernas cruzadas y la vista perdida en las vetas del suelo. El aire del apartamento de Xander se sentía más tibio que de costumbre, como si también él se hubiera impregnado de la intensidad de la noticia. Había dicho las palabras. Lo había confesado. Estoy embarazada.Y ahora, el silencio.Bueno, no exactamente silencio. Xander había reaccionado. Lo había hecho con una euforia tan pura, tan inesperada, que me había dejado sin aliento. Aún lo podía ver frente a mí, con los ojos brillantes, la sonrisa amplia, las manos temblando apenas mientras me decía que eso, justamente eso, era lo que más había querido en su vida. Tener un hijo. Ser padre. Serlo conmigo.Y yo... yo debería estar fe
No me había preparado para esto. Para ver esa sonrisa en su rostro, esa luz inesperada que desbordaba como si las palabras que acababa de pronunciar fueran la llave de algo mucho más grande. Para sentir cómo mis palabras —tan pequeñas, tan temblorosas— podían desmoronar todas las estructuras que había levantado para protegerme. Lo miré desde el otro extremo del cuarto, sentada con las manos apretadas sobre mi regazo, los hombros encorvados y la garganta cerrada por el miedo. Tenía el corazón en un puño, latiendo desbocado, como si mi pecho no pudiera contenerlo. Aun así, lo dije:—Estoy embarazada.Mi voz fue apenas un murmullo, pero en mi interior sentí como si hubiera gritado. La habitación entera pareció vaciarse de sonidos y color. Todo se suspendió por un instante, atrapado entre el antes y el después de esa frase. No sabía qué esperar de él. Una reacción airada. Silencio helado. Incredulidad. Un intento de racionalizar lo imposible. Pero Xander no hizo nada de eso. Se quedó allí,
No me había preparado para esto. No había forma de preverlo, ni de anticiparlo, ni de imaginar que algo así podría cambiarme el mundo en cuestión de segundos. Ivy estaba sentada frente a mí, con las manos juntas sobre su regazo, la mirada baja, los labios temblorosos. Algo dentro de mí ya sabía lo que iba a decir, pero aún así, cuando sus palabras finalmente salieron, fue como si el tiempo se detuviera.—Estoy embarazada.Fue un susurro. Un murmullo que se deslizó entre nosotros como una bomba de relojería, sin explosiones ni caos, solo una onda expansiva que me atravesó de pies a cabeza. Me quedé quieto. Parpadeando. La miré en silencio, mientras su rostro se contraía por el miedo, la ansiedad, la culpa. Como si esperara que yo dijera algo terrible. Como si esperara que saliera huyendo.—Fui a la farmacia… —continuó, tragando saliva—. Compré las pruebas. Las dos dieron positivo. Esperé, hice todo bien, pero… no lo vi venir. Fue aquella noche. Cuando me dio el ataque de pánico. Ningun
El día anterior - al salir de la oficina.Las sombras del anochecer comenzaban a colarse por los ventanales de mi oficina cuando decidí marcar su número. Llevaba horas dándole vueltas a la idea. A cada intento de enfocarme en los contratos, en las proyecciones, en cualquier cosa que no fuera Ivy, le seguía el mismo resultado: mi mente regresaba a ella. Su rostro pálido, el modo en que sus ojos se apagaban a ratos, los silencios que no eran propios de ella. Todo eso se había convertido en un peso que no podía ignorar más.Me quedé de pie junto a la ventana, con el teléfono en la mano, viendo las luces de la ciudad encenderse una a una, como si cada una marcara un minuto de espera, de tensión. Entonces marqué.—¿Señor Blackwood? —contestó la voz habitual, precisa, de mi asistente, al segundo timbre.—Necesito que hagas algo por mí —le dije, sin rodeos.Hubo un leve silencio al otro lado. Uno cargado de comprensión implícita.—Dígame.Me giré, dándole la espalda al ventanal, y caminé hac
Último capítulo