Capítulo 5

—No tiene sentido —murmuró para sí mismo, pero ya sus dedos tecleaban el nombre en el buscador: Évanne.

El primer resultado fue una cuenta verificada, con medio millón de seguidores. La foto de perfil mostraba un rostro que reconocía y al mismo tiempo no: era Abril.

La pantalla se llenó de imágenes. Ahí estaba Abril.

Pero no la Abril que él recordaba. No la mujer de sonrisa tímida y manos siempre ocupadas en complacerlo.

Esta Abril era fuego, era irreverente.

Había en su pagina fotografías en blanco y negro donde posaba con un corsé de encaje negro, los ojos expresivos, la espalda arqueada como un puente hacia la libertad. Otras donde llevaba guantes largos de perlas y las manos extendidas como si sostuviera todos los pedazos rotos de su pasado.

Y las citas. Dios, las citas.

Leonard sintió un latido acelerado en las sienes. ¿Era ira? ¿Frustración? No podía identificarlo, y eso lo enfurecía aún más.

—Esto es ridículo —masculló, cerrando el portátil de un golpe.

Pero horas después, en la oscuridad de su habitación (demasiado grande, demasiado silenciosa), lo abrió de nuevo. Y buscó más. Artículos. Entrevistas. Un reportaje especial en la revista Yoguii titulado: "Évanne: La mujer que convirtió su dolor en moda."

Leonard no pudo evitar tragarse el nudo en la garganta. Ella estaba en todas partes. En las revistas. En las redes. En la mente de extraños que la admiraban. A ella le iba muy bien lejos de él...

—¿Por qué ahora? —preguntó al vacío, como si el aire pudiera responderle.

Pero la única respuesta fue el zumbido de su propio cerebro, ese órgano perfecto que dominaba cada reacción química, cada sinapsis… excepto esta. Esta nueva sensación punzante. Esta necesidad de saber más. Algo dentro de él se estremeció.

Por primera vez en su vida, Leonard Wessex, el hombre que no sentía amor sentía curiosidad. Y lo odiaba.

La vida de Abril cambió mucho en los últimos meses. Pero todavía le faltaba dar un decisivo cambio… Su cabello.

En el pasado se lo dejó crecer hasta la cintura, porque su suegra le aseguró que a Leonard le gustaba así.

Ahora, podía hacer con él lo que le apetecía. Las tijeras cortaron el último mechón de cabello, cayendo sobre el suelo del estudio como un pedazo del pasado que ya no le pertenecía.

Abril levantó la mirada al espejo y respiró hondo.

—Esto es un statement —dijo Matteo, su agente, mientras daba un paso atrás para admirar el trabajo—. No es un cambio de look. Es un fucking manifiesto.

Ella sonrió, pasando los dedos por el lado más corto. Se sentía ligera. Se sentía peligrosa.

Las colaboraciones fotográficas comenzaron esa misma semana.

No eran las típicas sesiones de moda. Évanne trabajó con artistas que entendían su visión.

Sus videos acumulaban medio millón de likes en pocas horas. Y los comentarios explotaron:

"¿Cómo puede una frase doler y empoderar al mismo tiempo?"

"Leonard Wessex está oficialmente arruinado."

Lo que Abril no sabía era que, entre esos miles de espectadores, él también estaba mirando.

Leonard había visto el video por accidente. O al menos, eso se repitió a sí mismo cuando apareció en su feed recomendado. Pero no fue el accidente lo que lo obligó a verlo cinco veces seguidas.

Tampoco fue el accidente lo que le hizo apretar el puño cuando leyó los comentarios, especialmente aquellos que decían: "Alguien debería decirle al ex que perdió a una diosa."

Él no era su ex… Todavía, porque técnicamente, aún estaban casados.

Y eso—el hecho de que ella se exhibiera así, desafiante, libre, deseable, mientras seguía atada a él por un contrato legal—lo enfureció de una manera que no podía explicar.

—¿Desde cuándo te importa lo que haga? —murmuró así mismo y cerró la aplicación con un gesto brusco.

[…]

Una llamada inesperada llegó muy temprano por la mañana, mientras Abril afinaba los detalles de su colección en el estudio. Matteo irrumpió como un huracán, con el teléfono pegado a la oreja y los ojos brillando como un niño en feria.

—¡Por el amor de Dios, deja esa tableta y escucha esto! —exclamó, extendiendo el celular como si sostuviera un trofeo—. ¿Sabes quién acaba de pedir una reunión contigo?

Abril arqueó una ceja. Matteo solo soltaba ese tono de voz cuando se trataba de alguien grande.

—Dímelo antes de que me hagas adivinar, Matteo.

Él sonrió, lento, deliberado, disfrutando cada segundo de suspenso antes de soltar el nombre:

—Alexander Wolfe.

El aire se le cortó por un segundo.

Alexander Wolfe.

El actor. El ícono. La estrella de cine que había protagonizado "Silent Wars" y convertido cada una de sus apariciones públicas en leyenda.

El mismo que, según los rumores, usaba su influencia para promover artistas emergentes con voz propia.

—¿El Alexander Wolfe que colecciona arte contemporáneo y tiene una fundación para diseñadores? —preguntó, asegurándose de haber entendido bien.

—¡El mismísimo! —Matteo aplaudió—. Vio tu campaña de los guantes de perlas y quiere conocerte. Personalmente. Hoy, querida.

...

Horas más tarde, Abril llegó al encuentro con Alexandr Wolfe vestida con uno de sus propios diseños: un vestido negro de mangas largas, transparentes desde el codo hasta la muñeca, donde se convertían en encaje ajustado.

Alexander Wolfe estaba de pie junto a una ventana. Alto, con el cabello oscuro ligeramente despeinado y una barba de tres días.

Évanne —dijo, y su voz era más cálida de lo que ella esperaba—. O debería decir… Abril Mora.

Ella sonrió, sin dejarse intimidar.

—Depende. ¿Quién me busca hoy? ¿El crítico o el coleccionista?

Alexander se rió, los ojos brillando con genuino interés.

—El admirador.

Y así comenzó una conversación que duró horas.

¿Por qué Évanne? —preguntó él, pasando un dedo sobre el nombre en los bocetos.

Ella sostuvo su mirada.

Porque es la mujer que Leonard nunca vio.

Alexander asintió, como si entendiera más de lo que decía.

Pues ahora todo el mundo te ve. Incluyéndolo a él.

Abril sintió el peso de esas palabras. ¿Leonard la estaba buscando? ¿Si quiera la había visto? Lo dudaba, él era un témpano de hielo al que solo le interesaban sus laboratorios. 

—Tengo una propuesta para ti —dijo, acercándose—. Quiero que diseñes una pieza exclusiva para mi próxima película. Algo que los protagonistas usen en la escena clave. Algo… tuyo.

Matteo, que había estado callado en un rincón como un espectador de su propio sueño, casi derrama su espresso.

—Dime cuándo y dónde —respondió, mientras el mundo fuera de esas paredes parecía desaparecer.

Alexander sonrió, lento, y esta vez, no hubo profesionalismo en su mirada. Solo deseo.

—Pronto, Abril. 

La cena terminó poco después. Él la acompañó hasta la puerta del edificio donde Matteo ya los esperaba en el auto, y ese último apretón de manos se había prolongado un segundo más de lo necesario.

—Hasta pronto, Évanne —murmuró Alexander, con esa voz que parecía arrastrar las sílabas como un dedo sobre seda—. O mejor dicho… hasta muy pronto.

Esa noche, mientras Leonard inspeccionaba los nuevos informes del laboratorio en Milán, un mensaje a su teléfono le hizo desviar la atención. Era un mensaje de un número desconocido:

“Cuidado, Wessex. Ella ya no es tuya.”

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