El vapor se disipaba lentamente mientras Valeria se envolvía en una toalla blanca. Las gotas de agua resbalaban por su piel, trazando caminos invisibles que Enzo seguía con la mirada desde el marco de la puerta. Había algo hipnótico en observarla así, vulnerable y radiante a la vez, con el cabello húmedo pegado a su nuca y los labios aún hinchados por sus besos.
La ducha compartida había sido intensa. Sus cuerpos resbaladizos encontrándose bajo el agua caliente, sus gemidos rebotando contra los azulejos. Pero ahora, en el silencio posterior, algo había cambiado en la mirada de Enzo. Ya no era solo deseo lo que Valeria veía en aquellos ojos oscuros.
—¿Qué tanto me miras? —preguntó ella, intentando sonar despreocupada mientras se secaba el cabello con otra toalla.
Enzo se acercó despacio, como un depredador que no quiere asustar a su presa. Llevaba