El caos entre bastidores tenía un sonido inconfundible. Valeria Montero lo conocía bien: tacones acelerados, susurros cargados de ansiedad, vapor silbando de las planchas. Pero ese día, el caos tenía forma de tragedia.—¡Mierda, mierda, mierda! —Valeria sostenía lo que debía ser la joya de su colección: un vestido azul degradado en seda, ahora con una rasgadura desde el escote hasta la cadera—. ¡Faltan cinco minutos!—Podemos arreglarlo —dijo Lucía, su asistente, aunque su expresión decía otra cosa—. Agujas, hilo...—¿En cinco minutos? —Valeria la fulminó con la mirada—. Este diseño tiene tres capas. No es poner un botón, Lucía.Ese vestido no era solo ropa. Era el símbolo de su libertad creativa, su declaración de independencia como diseñadora. Su manera de demostrar que era más que "la hija de Ernesto Montero". Y ahora, colgaba entre sus manos como un fracaso materializado.Madrid Fashion Week. Su primera pasarela en solitario. Todos los críticos importantes la observaban desde la p
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