El ascensor se detuvo con una sacudida violenta. Las luces parpadearon tres veces antes de sumergirlos en una oscuridad casi completa, apenas rota por la tenue luz de emergencia que bañaba el cubículo con un resplandor rojizo.
Valeria contuvo la respiración. A su lado, Enzo maldijo en italiano.
—Perfetto. Justo lo que necesitábamos —gruñó, sacando su teléfono del bolsillo. La pantalla iluminó su rostro, revelando una mandíbula tensa y ojos entrecerrados—. Sin señal.
Valeria intentó mantener la calma. El espacio reducido, la oscuridad y, sobre todo, la presencia de Enzo a escasos centímetros hacían que su pulso se acelerara. Llevaban tres días evitándose después de aquel beso en el atelier que había terminado con ella huyendo como una cobarde. Y ahora esto.
—Debe ser un corte general —dijo, apoy&