El regreso a la oficina fue como entrar en un campo minado. Valeria ajustó su falda lápiz negra, respiró hondo y atravesó las puertas de cristal de Costa Enterprises con la barbilla en alto. Había ensayado este momento durante todo el fin de semana: sería profesional, distante, imperturbable. Como si nunca hubiera sentido el cuerpo de Enzo contra el suyo, como si nunca hubiera probado su sabor.
La recepcionista la saludó con una sonrisa que Valeria apenas correspondió. El ascensor subió hasta la planta ejecutiva con una lentitud exasperante. Cuando las puertas se abrieron, lo primero que vio fue a Enzo, inclinado sobre el escritorio de su asistente, señalando algo en unos documentos. Llevaba un traje gris marengo que acentuaba sus hombros anchos y su pelo negro estaba perfectamente peinado hacia atrás.
Por un segundo, sus miradas se cruzaron. Valeria sintió una descarga el