La luz del atardecer se filtraba por las cortinas del apartamento de Valeria, tiñendo las paredes de un naranja intenso que contrastaba con la frialdad que emanaba de ella. Sentada en el borde del sofá, mantenía la espalda recta y los brazos cruzados, una postura defensiva que dejaba claro que había levantado todos sus muros.
Frente a ella, Enzo permanecía de pie, con las manos en los bolsillos y una expresión indescifrable en su rostro. El silencio entre ambos era denso, casi palpable.
—Valeria, lo que viste...
—Lo que vi fue bastante claro —lo interrumpió ella con voz cortante—. No necesito explicaciones de algo que entendí perfectamente.
Enzo dio un paso hacia ella, pero Valeria levantó una mano, deteniéndolo.
—No te acerques.
—Estás sacando conclusiones precipitadas —insistió él, pasánd