El silencio dentro del Maserati era tan denso que Valeria podía sentirlo presionando contra su piel. Las luces de la ciudad se deslizaban como fantasmas luminosos sobre el rostro de Enzo mientras conducía, su mandíbula tensa y sus nudillos blancos aferrados al volante. El vestido de ella se había arrugado ligeramente sobre sus muslos, pero no hizo intento alguno por arreglarlo.
—¿Piensas hablarme en algún momento o prefieres seguir fingiendo que no existo? —espetó finalmente, incapaz de soportar un segundo más aquel mutismo cargado de electricidad.
Enzo la miró de reojo, sus ojos oscuros brillando peligrosamente bajo las luces intermitentes de los semáforos.
—¿Qué quieres que te diga exactamente, Valeria? ¿Que me encantó verte coqueteando con ese imbécil toda la noche?
—¿Coqueteando? —Valeria solt&oacu