El vestido negro se deslizó sobre la piel de Valeria como una caricia líquida. La seda se adhería a cada curva con precisión matemática, revelando lo suficiente para provocar y ocultando lo justo para torturar. El escote en V descendía casi hasta el ombligo, sostenido por un ingenioso diseño que mantenía todo en su lugar mientras sugería que en cualquier momento podría ceder.
Valeria sonrió a su reflejo mientras aplicaba el labial rojo sangre. Esta noche era una declaración de guerra.
—Veamos cuánto autocontrol tiene el señor Costa —murmuró, dando un último vistazo a su obra maestra.
El vestido había sido una inversión considerable, pero cada centavo valdría la pena al ver la expresión de Enzo. Desde aquel beso en su oficina, él había mantenido una distancia profesional irritante, como