La luz mortecina del atardecer se filtraba por las cortinas del despacho de Enzo, proyectando sombras alargadas sobre las paredes. Valeria permanecía sentada en el sofá de cuero, con la mirada fija en la pantalla del ordenador mientras Enzo manipulaba los controles del programa de audio. El silencio entre ellos era denso, cargado de tensión y expectativa.
—El técnico me aseguró que este software puede aislar las voces y mejorar la calidad —explicó Enzo, pasando una mano por su cabello oscuro—. Si hay algo que reconocer en esa grabación, lo encontraremos.
Valeria asintió, incapaz de articular palabra. Su mente era un torbellino de posibilidades, cada una más inquietante que la anterior. La idea de que alguien cercano pudiera estar detrás de las amenazas le provocaba náuseas.
—Estoy lista —dijo finalmente, aunque su voz traicionaba su inseguridad.
Enzo la miró con intensidad antes de presionar el botón de reproducción. La grabación, ahora limp