El crepitar de las llamas devoraba la estructura de la mansión Costa con una voracidad insaciable. Lo que había comenzado como un pequeño foco en el ala este se había convertido en un infierno que consumía todo a su paso. El humo negro ascendía hacia el cielo nocturno, tiñendo las estrellas con su manto oscuro.

Enzo corría por el jardín, con el corazón martilleando contra su pecho. Había salido apenas unos minutos para atender una llamada urgente cuando el estallido lo sorprendió. Ahora, mientras contemplaba su hogar envuelto en llamas, solo un pensamiento ocupaba su mente.

—¡Valeria! —gritó con desesperación, acercándose a la entrada principal que ya era un portal de fuego.

Los empleados que habían logrado escapar se agrupaban a una distancia segura. El ama de llaves, con el rostro tiznado y la respiración entrecortada, se acercó a él.

—Señor Costa, la señorita Hidalgo subió a la biblioteca hace media hora. No la he visto salir.

Enzo no necesitó e