El sobre descansaba sobre la mesa como una bomba a punto de estallar. Valeria lo observaba con una mezcla de temor y curiosidad, sus dedos jugueteando nerviosamente con el borde de la taza de café que había dejado de humear hacía ya varios minutos. La carta había llegado esa mañana, sin remitente, solo con su nombre escrito en una caligrafía elegante y precisa que no reconocía.
Enzo permanecía de pie junto a la ventana, su silueta recortada contra la luz del atardecer que se filtraba a través de las cortinas. El silencio entre ellos era denso, cargado de preguntas sin formular.
—Ábrela —dijo finalmente él, su voz grave rompiendo la quietud de la habitación—. Sea lo que sea, lo enfrentaremos juntos.
Valeria asintió, aunque un escalofrío recorrió su espalda. Con dedos temblorosos, rasgó el sobre y extrajo una hoja de papel de alta calidad. La desdobló con cuidado, como si temiera que pudiera desintegrarse entre sus manos.
La primera línea hizo que su corazó