El silencio entre Valeria y Enzo se había vuelto denso, casi palpable. Sentados en la sala de estar del ático, ambos observaban fijamente el pequeño dispositivo que descansaba sobre la mesa de centro. Un micrófono del tamaño de una uña, encontrado por casualidad cuando Valeria había movido un jarrón para limpiarlo.
—Esto explica muchas cosas —murmuró Enzo, pasándose una mano por el rostro con gesto cansado.
Valeria asintió, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda. La idea de que alguien hubiera estado escuchando sus conversaciones más íntimas, sus momentos de vulnerabilidad, incluso sus encuentros pasionales, le provocaba una mezcla de ira y repugnancia.
—¿Cuánto tiempo crees que lleva ahí? —preguntó, manteniendo la voz baja por instinto.
Enzo negó con la cabeza.
—No lo sé. Pero si encontramos uno...
—Habrá más —completó ella, comprendiendo la gravedad de la situación.
Se miraron a los ojos, comunicándose sin palabras. Ambos sabía