Capítulo 23

María caminaba sin rumbo fijo. La ciudad, con sus luces húmedas reflejadas en el asfalto, parecía un escenario deformado por su propio desconcierto. Llevaba el abrigo abierto, el maquillaje aún intacto en los ojos, pero en el interior estaba deshecha.

Las palabras de Carlo martilleaban su cabeza: “Tu padre reemplazaba las piezas, vendía las originales. Era un fraude.”

Se abrazó a sí misma, intentando contener un temblor que ya no sabía si era frío o rabia. Se sentía traicionada por todos: por Carlo, por su padre, por el arte mismo.

Una furgoneta negra se detuvo unos metros más adelante. Los neumáticos chirriaron contra la acera húmeda. María se tensó. Tres hombres bajaron con movimientos calculados, ninguno de ellos parecía un improvisado.

—Señora Belluzzi —dijo uno, el mayor, con acento del sur de Italia y un anillo grueso en la mano derecha—. Qué agradable sorpresa encontrarla sola. Por fin… lejos de su esposo.

María retrocedió un paso.

—¿Quiénes son?

No hubo respuesta. El hombre as
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