15 | Rescate entre llamas

CAPÍTULO 15: RESCATE ENTRE LLAMAS

El estruendo del colapso de la bodega aún resonaba en los oídos de Katie mientras el aire gélido de la noche golpeaba su rostro sudoroso y tiznado. Leonard la sostenía con una fuerza posesiva sobre su regazo, sus brazos temblando no por debilidad, sino por la descarga de adrenalina pura. A su alrededor, el escenario era dantesco: llamas azules devorando millones de dólares en tecnología y una columna de humo negro que parecía querer tragarse las estrellas.

Los empleados de Sinclair Industries, los ingenieros de la planta y la unidad de seguridad de Malcom se habían quedado petrificados a una distancia prudencial. Habían visto a la "esposa trofeo", a la mujer que todos consideraban una mercancía de lujo comprada para saciar un capricho de venganza, arrojarse al corazón de un incendio químico cuando incluso los hombres más fuertes retrocedieron.

Katie abrió los ojos lentamente, tosiendo el humo que aún quemaba sus bronquios. Lo primero que vio fue la mandíbula tensa de Leonard y sus ojos plateados fijos en ella con una mezcla de terror y adoración que nunca antes había visto.

—Estás viva —susurró él, su voz rompiéndose por primera vez—. Maldita sea, Katie, estás viva.

Ella intentó sonreír, pero sus labios agrietados por el calor le dolieron. Al incorporarse un poco, notó el silencio sepulcral que rodeaba la escena. Levantó la vista y vio a los trabajadores. Hombres rudos que antes la miraban con desprecio o lástima ahora se quitaban los cascos de seguridad en señal de respeto. Malcom se acercó, con el rostro sucio de hollín, y se inclinó levemente ante ella.

—Señora Sinclair... —dijo Malcom, usando su apellido por primera vez con una convicción absoluta—. Lo que ha hecho hoy... nadie en esta empresa lo olvidará. Ha salvado al jefe. Nos ha salvado a todos.

Katie miró sus manos, rojas y con pequeñas ampollas por el esfuerzo de mover la viga incandescente. No se sentía como una heroína; se sentía como alguien que finalmente había tomado las riendas de su propio destino. Ya no era la víctima de un contrato; era la mujer que había caminado por el fuego por el hombre que, a pesar de todo, se había convertido en su mundo.


Dos horas después, la mansión Sinclair recuperó una calma tensa. El equipo médico privado de Leonard había atendido las quemaduras de Katie, envolviendo sus manos en vendajes de gasa fría. Leonard se negó a que lo revisaran hasta que ella estuvo instalada en el gran salón, frente a la chimenea, envuelta en una manta de cachemir.

Leonard accionó su silla hacia el centro del salón. En sus manos sostenía una carpeta de piel negra que Katie reconoció al instante: el contrato original de los veinte millones de dólares. El documento que la había encadenado a él, el papel que representaba su humillación y la deuda de su padre.

—Katie —dijo Leonard, su voz resonando con una autoridad nueva, despojada de su habitual veneno—. Mira esto.

Él abrió la carpeta y extrajo las páginas firmadas. Con un movimiento deliberado y lento, Leonard rasgó el papel por la mitad. Luego volvió a rasgarlo una y otra vez, hasta que solo quedaron fragmentos blancos que cayeron sobre la alfombra como una nieve tardía.

Katie se quedó sin aliento. —¿Qué estás haciendo? Ese contrato es tu garantía sobre los viñedos... sobre mi padre... sobre mí.

—Ese contrato era para una mercancía —declaró Leonard, mirándola intensamente—. Una mercancía se compra. Una mujer como tú... una mujer que desafía al mismísimo infierno para rescatar a un hombre que no merece ser salvado... esa mujer no se puede comprar.

Él se acercó más, tomando sus manos vendadas con una delicadeza extrema.

—A partir de este momento, Arthur Moore no me debe nada. La deuda está pagada con el valor que demostraste hoy. Y tú, Katie... ya no eres una Moore que vive bajo mi techo por obligación. Eres una Sinclair. Por derecho propio, por tu valentía y porque has demostrado ser la única persona en este planeta capaz de estar a la altura de este Diablo. Eres libre, Katie. Si quieres irte ahora mismo, las puertas están abiertas y no te perseguiré.

Katie sintió que las lágrimas brotaban de sus ojos, pero no eran de dolor. Era el peso de semanas de angustia cayendo de sus hombros. Miró los trozos del contrato en el suelo y luego a Leonard. Vio al hombre detrás del monstruo, al genio que se sentía tan solo que tuvo que comprar compañía, y que ahora, por amor, estaba dispuesto a quedarse solo de nuevo con tal de verla libre.

—No me voy a ir, Leonard —susurró ella, acercando su rostro al de él—. Un Sinclair no abandona a los suyos en medio de una guerra. Y tú y yo... todavía tenemos una guerra que ganar.

Leonard la atrajo hacia un beso que fue diferente a todos los anteriores. No hubo posesión, ni humillación, ni tácticas. Fue un beso de redención, un sello de una unión que ya no necesitaba de abogados ni de firmas. En la intimidad del salón, bajo el resplandor de las brasas, Katie y Leonard celebraron no solo la supervivencia, sino el nacimiento de algo real entre las cenizas de su odio.


La paz duró apenas unos minutos. El hechizo se rompió cuando la tablet de Leonard, conectada a la red de seguridad global, emitió un pitido estridente y agudo. Era una señal de prioridad omega.

Leonard se separó de Katie, su rostro volviendo instantáneamente a la máscara de frialdad táctica. —Es un mensaje encriptado. Viene de un servidor fantasma.

Pulsó la pantalla y un video empezó a reproducirse automáticamente. La imagen era granulada, iluminada por una luz fluorescente parpadeante. En el centro de la habitación, atado a una silla metálica y con el rostro ensangrentado, estaba Thomas, el hermano de Katie.

—¡Thomas! —gritó Katie, lanzándose hacia la pantalla.

En el video, una sombra se movió detrás de Thomas. James Ford apareció en el cuadro, sosteniendo un arma contra la sien del joven Moore. Ford sonreía a la cámara con una malicia que helaba la sangre.

—Hola, Leonard. Hola, preciosa Katie —dijo Ford, su voz distorsionada—. Pensaron que la explosión en la bodega era el plato principal, pero solo fue el aperitivo para distraer a vuestra Unidad Sombra. Mientras jugaban a los héroes entre las llamas, yo me encargué de recoger el cabo suelto que dejaron en el muelle.

Thomas intentó hablar, pero tenía una mordaza que solo le permitía emitir gemidos de terror.

—Tienen doce horas —continuó Ford, mostrando un cronómetro digital—. Si Leonard no entrega los códigos de acceso a Libertia y no firma la transferencia de la tecnología de los exoesqueletos a favor del Ouroboros, el pequeño Thomas dejará de ser una molestia para siempre. Y Katie... si intentas llamar a la policía o usar a tus soldados fantasma, le enviaré a tu padre la cabeza de su hijo como regalo de jubilación. Doce horas, Sinclair. El reloj corre.

La pantalla se fundió a negro.

Katie colapsó contra el escritorio, sus manos vendadas temblando violentamente. —Es mi culpa... yo lo traje al muelle. Leonard, van a matarlo por mi culpa.

Leonard se puso de pie, su exoesqueleto zumbando mientras recuperaba su estatura de gigante. Su rostro ya no mostraba duda, solo una resolución asesina.

—No van a matarlo, Katie —dijo Leonard, su voz cargada de una furia gélida—. James Ford acaba de cometer el último error de su vida. Pensó que secuestrando a un Moore me debilitaría, pero no sabe que ahora que eres una Sinclair, toda la fuerza de mi imperio está a tu disposición.

Leonard se volvió hacia Malcom, que ya estaba en la puerta armado hasta los dientes.

—Malcom, activa el rastreo de satélite militar. Quiero el origen de esa señal en cinco minutos. Katie, prepárate. Ford quería una guerra por el poder, pero le vamos a dar una masacre por la familia.

Leonard tomó a Katie por los hombros, obligándola a mirarlo. Sus ojos brillaban con una promesa de sangre.

—Me salvaste en el fuego, ahora me toca a mí salvar lo que amas. No vamos a negociar, Katie. Vamos a cazarlos.

La carrera contra el tiempo había comenzado. El Diablo Sinclair y su nueva Reina estaban listos para descender al nivel más profundo del infierno para recuperar a los suyos, y esta vez, el mundo entero temblaría ante su paso.

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