Mundo ficciónIniciar sesiónEl regreso a la mansión Sinclair tras el caos en el club fue un trayecto sumergido en un silencio gélido, roto únicamente por el zumbido de los motores del exoesqueleto de Leonard que se enfriaban. Katie estaba sentada en el rincón más alejado del asiento trasero del Bentley blindado, mirando a través del cristal reforzado sin ver realmente nada. La revelación de que su padre, Arthur Moore, había aceptado dinero para callar sobre el sabotaje de Leonard la había vaciado por dentro.
Leonard, por su parte, no le dirigió la palabra hasta que estuvieron de nuevo en la seguridad de su despacho. Con un gruñido de agonía contenida, liberó los anclajes del exoesqueleto y se dejó caer pesadamente en su silla de ruedas. Su rostro estaba pálido, perlado de sudor por el esfuerzo sobrehumano de haber caminado, pero sus ojos seguían ardiendo con esa luz oscura y calculadora.
—Sterling ya está siendo "entrevistado" por Malcom —dijo Leonard, rompiendo el silencio mientras se servía un whisky doble con manos temblorosas—. Las cuentas en las Islas Caimán son reales, Katie. Tu padre recibió diez millones de dólares la misma noche que yo perdí el uso de mis piernas.
Katie bajó la cabeza, sintiendo que el peso de la traición la aplastaba. —Lo sé. No tienes que recordármelo. Haz lo que tengas que hacer, Leonard. Llama a la policía. Destrúyelo. Ya no tengo fuerzas para defender lo indefendible.
Leonard dejó el vaso sobre la mesa de cristal y accionó su silla para quedar frente a ella. —No voy a denunciar a tu padre —sentenció.
Katie levantó la vista, confundida. —¿Qué? ¿Por qué? Él te traicionó. Él permitió que te lisiaran por un fajo de billetes. Tú vives para la venganza, Leonard. No entiendo por qué lo perdonarías.
—No lo perdono —corrigió él, inclinándose hacia adelante, su sombra cubriéndola—. Pero Arthur Moore muerto o en prisión no me sirve de nada. Su culpa es mi mayor activo. Ahora que sé la verdad, lo tengo donde quiero. Pero esto cambia los términos de nuestro acuerdo, Katie. Los veinte millones ya no cubren el silencio de tu padre. Necesito una garantía de lealtad que vaya más allá del dinero.
—¿Qué más quieres de mí? —susurró ella, retrocediendo un paso—. Ya te entregué mi libertad. Ya me marcaste como tu propiedad.
Leonard estiró la mano y le tomó la muñeca, tirando de ella hacia él con una firmeza que no admitía réplica. —Quiero un heredero —soltó él, su voz vibrando con una seriedad mortal—. La guerra contra el Ouroboros acaba de escalar. Sterling era solo un peón. Vendrán por mi cabeza, y si caigo, no permitiré que mi imperio se reparta entre buitres. Necesito asegurar el linaje Sinclair. Quiero un hijo, Katie. Y quiero que sea tuyo.
Katie sintió que el aire se escapaba de sus pulmones. —¿Un hijo? ¿Quieres que traiga a un niño a este infierno? ¿A un matrimonio basado en el odio y los contratos?
—No será un niño basado en el odio —dijo Leonard, sus ojos fijos en los de ella—. Será el sello definitivo de nuestro pacto. Un Sinclair con sangre Moore para unir ambas casas y cerrar la deuda para siempre. Si me das un heredero, tu padre vivirá el resto de sus días en paz en sus viñedos, y tú... tú serás la reina de todo lo que poseo.
Katie lo miró horrorizada, pero también vio la desesperación oculta tras la máscara del Diablo. Leonard estaba solo. Su familia lo había traicionado, sus socios querían matarlo, y su única conexión con la realidad era la mujer que había comprado.
—Aceptaré —dijo Katie, con la voz quebrada pero decidida—, pero no por el dinero ni por la seguridad de mi padre. Aceptaré bajo una condición, Leonard.
—¿Qué condición?
—Confianza — Katie puso su mano sobre la de él, cubriendo la venda del pacto de sangre—. Si voy a darte un hijo, si voy a limpiar el nombre de mi familia entregándote mi vida de esta manera, quiero que dejes de vigilarme como a una prisionera. Quiero que confíes en mí plenamente. Sin cámaras en mi habitación, sin rastreadores en mi ropa, sin dudas en tu mirada. Si no hay confianza, Leonard, lo que me pides no es un heredero, es solo otra transacción comercial. Y yo ya no estoy a la venta.
Leonard la observó en silencio. El tic en su mandíbula revelaba la lucha interna. Para un hombre paranoico por naturaleza, la confianza era el sacrificio más grande.
—Trato hecho —susurró él finalmente—. A partir de hoy, Katie Moore, eres mi única aliada. No me hagas arrepentirme.
El momento de tregua fue interrumpido por el estridente sonido de una alarma de proximidad. Malcom entró de golpe en el despacho, su rostro manchado de hollín.
—¡Señor! ¡Han atacado la bodega de envíos del sector norte! —gritó el escolta—. Se supone que era el cargamento de los nuevos prototipos de exoesqueletos. Hay explosiones en cadena.
—¡Mis servidores centrales están vinculados a esa bodega! —Leonard reaccionó con la rapidez de un soldado—. Si el fuego llega a la subestación, perderé el control de la red de seguridad de la mansión y de Libertia. ¡Tengo que ir personalmente a la terminal de emergencia de la bodega!
—¡Es una trampa, Leonard! —advirtió Katie, pero él ya se dirigía hacia el ascensor privado que conectaba con el garaje.
—No me importa. Es mi legado el que se quema.
Katie no lo dejó ir solo. Se subieron a la camioneta blindada y llegaron a la zona industrial en menos de diez minutos. El almacén era una pira de fuego azulado, alimentado por los productos químicos y las baterías de litio de los prototipos.
Leonard, terco y consumido por la necesidad de salvar su tecnología, se adentró en la zona de oficinas de la bodega, una estructura de acero y cristal que aún no había colapsado. Katie y Malcom lo seguían de cerca, sorteando escombros incandescentes.
—¡Aquí está la terminal! —gritó Leonard, conectando su tablet a una consola de pared mientras las llamas lamían el techo sobre ellos.
Pero el Ouroboros era más astuto. Una segunda explosión, oculta en los cimientos, sacudió el edificio. Una viga de acero se desprendió del techo, cayendo directamente sobre la parte trasera de la silla de ruedas de Leonard y bloqueando sus piernas mecánicas contra el suelo.
—¡Leonard! —gritó Katie.
—¡La viga ha bloqueado el motor! — Malcom intentó levantar el acero ardiente, pero la estructura estaba cediendo—. ¡Señor, no puedo moverla solo! El calor está activando el sistema de incendio químico, ¡el humo nos matará en segundos!
—¡Vete, Malcom! ¡Saca a Katie de aquí! —ordenó Leonard, su voz firme a pesar de que las llamas estaban a metros de él—. ¡Es una orden!
—¡No! — Katie se zafó del agarre de Malcom—. ¡No voy a dejarlo!
—¡Señora, el techo va a colapsar! — Malcom intentó arrastrarla, pero Katie lo golpeó en el pecho con una fuerza que lo sorprendió.
—¡Busca algo para hacer palanca, Malcom! ¡Vete ahora!
Katie se lanzó hacia las llamas. El calor era insoportable, quemando su piel y secando su garganta. Leonard la miraba con horror mientras ella se arrodillaba junto a él, rodeada de fuego azul.
—¡Vete, Katie! —le gritó Leonard, su rostro iluminado por el resplandor naranja—. ¡Acabamos de hacer un pacto! ¡No puedes morir ahora!
—¡Dijiste que confiara en ti, ahora confía tú en mí! —respondió ella, sus manos sangrando mientras intentaba mover los escombros calientes que aprisionaban las ruedas.
Katie encontró una barra de metal entre los restos y la introdujo bajo la viga con un grito de puro esfuerzo. Sus músculos ardían, el humo llenaba sus pulmones, pero la imagen de Leonard atrapado le dio una fuerza que no sabía que poseía.
—¡Empuja con los brazos, Leonard! ¡Ahora!
Con un crujido metálico, la viga se movió unos centímetros. Katie empujó con todo su peso, sintiendo el calor ampollar sus palmas. Leonard usó su fuerza superior en los brazos para impulsar la silla hacia adelante, liberándose justo antes de que una sección del techo cayera exactamente donde él estaba segundos antes.
Katie se desplomó, asfixiada por el humo, pero Leonard la atrapó por la cintura, tirando de ella hacia su regazo. Malcom regresó con un extintor de grado industrial, abriendo un camino a través de la pared de fuego.
—¡Salgamos de aquí! —rugió Malcom.
Leonard aceleró su silla, llevando a Katie desmayada en sus brazos mientras atravesaban la cortina de fuego hacia el exterior. Cuando finalmente alcanzaron el aire frío de la noche, Leonard no se detuvo hasta estar a una distancia segura.
Se quedó allí, en medio de la calle oscura, mirando el rostro tiznado de Katie. Sus manos estaban quemadas, su hermoso traje destruido, y todo por salvar a un hombre que la había tratado como una mercancía.
Leonard Sinclair, el hombre que no creía en nada más que en la lógica y el poder, sintió una lágrima correr por su mejilla. Katie Moore no solo había salvado su vida; había destruido la última barrera de su corazón.
—Me salvaste... —susurró él, estrechándola contra su pecho mientras las sirenas de los bomberos se acercaban—. Me salvaste, gatita.
En ese momento, entre el humo y las cenizas de su imperio, el Diablo Sinclair comprendió que ya no le importaba el linaje ni el contrato. Haría arder el mundo entero con tal de que ella nunca volviera a sufrir por él. La guerra contra el Ouroboros acababa de volverse personal, y esta vez, el Diablo no estaba solo. Tenía una reina que estaba dispuesta a caminar por el fuego por él.







