Emilia y Lucas entraron a casa luego de admirar las estrellas en la terraza, decidieron volver a la sala.
Apenas cruzaron la puerta de casa, un pequeño torbellino de risas los recibió.
Ezequiel corrió hacia su madre con entusiasmo desbordante.
—¡Mamá! —dijo con su sonrisa traviesa—. Quiero ser un agente como tú. Ya no me gusta lo que papá hace —agregó entre risas—.
Su sonrisa era tan amplia que parecía regalar mil años de vida.
Emilia lo miró sonriendo con ternura, arqueando una ceja.
—¿Ah, sí? ¿Entonces estás preparado para encargarte de los maliciosos? —preguntó con un tono juguetón, agachándose para quedar a su altura.
—Creo que serás un gran agente, hijo —dijo Lucas con una sonrisa cómplice, revolviéndole el cabello.
Los tres rieron con calidez, llenando la casa de esa alegría que solo las familias unidas pueden crear.
Caminaron juntos y acostaron a su pequeño hijo en su cuarto y, una vez dormido se dirigieron hasta la habitación donde Fiorela dormía plácidamente en su cuna, en