La celebración se había extendido hasta la madrugada, pero cuando las luces del salón se apagaron y los invitados se despidieron entre abrazos y risas, Lucas tomó de la mano a Emilia y la condujo hacia la suite nupcial.
El silencio del pasillo contrastaba con la algarabía de la fiesta, y cada paso resonaba como un preludio íntimo. Emilia, con el vestido aún resplandeciente, sentía que el corazón le latía a un ritmo frenético. Lucas, con la chaqueta desabrochada y la mirada encendida, no apartaba los ojos de ella.
—Por fin somos solo tú y yo —murmuró él, cerrando la puerta tras de sí.
La habitación estaba adornada con pétalos de rosas blancas sobre la cama, velas encendidas en los rincones y una botella de vino esperando en la mesa. Pero Emilia apenas alcanzó a notar los detalles, porque Lucas ya la había tomado por la cintura y la besaba como si deseara robarle cada aliento.
Ella gimió suavemente contra sus labios, entregándose al calor que crecía entre ambos. Sus manos recorrieron el