La primera luz del día se filtraba tímida por las cortinas, iluminando la suite nupcial. El aire aún estaba impregnado con el aroma de las velas consumidas y el dulce perfume de los pétalos de rosas esparcidos por la cama.
Emilia abrió lentamente los ojos y lo primero que encontró fue el rostro de Lucas, dormido a su lado. Tenía el cabello ligeramente desordenado y la respiración tranquila, con un brazo rodeando su cintura como si temiera que desapareciera en cualquier momento. Ella se quedó mirándolo en silencio, con el corazón rebosante de amor.
No pudo resistirse a acariciar suavemente su mejilla. Lucas, medio dormido, atrapó su mano y la besó sin abrir los ojos.
—Buenos días, esposa mía —murmuró con voz ronca y adormilada.
Emilia sonrió, enternecida. —Buenos días, Marido mío.
Él abrió los ojos al fin y la miró con una intensidad que la hizo sonrojarse como una adolescente. Se inclinó y la besó con suavidad primero, y luego con un poco más de hambre, recordándole todo lo vivido la