Las semanas pasaron rápidas, y con ellas la emoción de los preparativos iba llenando cada rincón de la vida de Emilia. Esa mañana, Sofía la había arrastrado —literalmente— hasta una de las boutiques más elegantes de la ciudad.
—Hoy empieza la verdadera aventura —dijo Sofía con una sonrisa traviesa mientras abría la puerta del local lleno de luces suaves y maniquíes vestidos como reinas.
Emilia se quedó unos segundos observando los vestidos alineados, con encajes brillantes, bordados que parecían salidos de un sueño y coronas delicadas que reposaban en vitrinas de cristal. Su corazón palpitó con fuerza: había soñado tanto con ese momento que apenas podía creerlo.
—No puedo creer que estemos aquí —susurró, acariciando un vestido de satén blanco con detalles dorados en el corpiño.
—Te dije que llegaría el día —replicó Sofía—. Y ahora quiero verte probar al menos diez vestidos, no acepto menos.
La risa de Emilia resonó en el salón mientras la asistente de la boutique les acercaba varias o