La mañana del juicio llegó con un cielo gris que parecía anunciar tormenta. Emilia miró el reloj por enésima vez, incapaz de calmar el latido acelerado en su pecho. Llevaba días cuidando de Lucas, viéndolo recuperar fuerzas con una determinación que la conmovía, pero hoy todo volvía a sentirse frágil.
Aquella audiencia no solo decidiría el destino de Rafaela Brock: era el cierre —o la continuación— de todas las heridas que les había dejado.
Lucas apareció en la puerta del dormitorio del apartamento que compartían ahora, con el traje azul que le realzaba la figura. Aún caminaba con cautela por la herida, pero su postura era erguida, orgullosa.
—¿Lista? —preguntó, con voz grave.
Emilia asintió, aunque sus manos temblaban. Él se acercó y las cubrió con las suyas, cálidas, seguras.
—Vamos a salir de esto —susurró—. Juntos.
El trayecto al tribunal fue un silencio lleno de pensamientos. Afuera, la ciudad seguía su rutina; adentro, los recuerdos se agolpaban: el secuestro, la bala, el mied