Arlet Neumann era una joven que había crecido en medio de lujos y riquezas, acostumbrada a un estilo de vida diferente, no puede soportar la idea de vivir en medio de un cuarto oscuro y a merced de un hombre que no conoce. ¿Pero como había llegado a esa situación? Aquello era algo que ella aún no podía creer. Su padre, Amaro Neumann, no era el hombre que decía ser, era un mafioso, uno que se había metido con la familia equivocada, porque al matar y robar los bienes de los Newtons, se había olvidado de un detalle muy importante, el hijo mayor de la familia había sobrevivido y lo único que deseaba ahora era VENGANZA.
Leer másEl sonido de la puerta al abrir la sobresaltó, pero no se giró, no hacía falta hacerlo, bastaba con sentir como sus vellos se erizaban ante la inminente presencia. Era ese hombre, estaba segura.
—¿Qué quiere?—lo encaró firme, alzando la barbilla.Evidentemente, esto él no podía notarlo, estaba de espaldas después de todo. Pero sin importar si la veía o no, no pensaba demostrarle temor. Ya no.—¿Qué quiero yo o que quieres tú?La pregunta sonó tan extraña, que no pudo evitar girarse y mirarlo a la cara.—¡¿Querer yo?!—le gritó sin poder evitarlo—. ¡Pues creo que es bastante obvio! ¡Libéreme!—ordenó, como si realmente estuviese en condiciones de hacerlo.Él no contestó, solo la miró con esos azules tan intensos y penetrantes. Era, sin duda, una visión impropia, parecía existir algo más en ese mar de indiferencia que siempre demostraba.—¿Estás segura de eso?—preguntó, su voz sonó extrañamente suave.—Por supuesto, ¿por qué no lo estaría?—La otra noche, cuando me acerque, sentí que había algo más que simple repulsión de tu parte—le recordó, y aquello le hizo sentir incómoda. Desde luego que lo recordaba bien. Sus manos sobre su piel, el calor que su cercanía le transmitía, no era muy diferente a lo que experimentaba en ese momento: anticipación, deseo.—No sé dé qué está hablando—fingió demencia.Arlet sabía que era más fácil hacerse la desentendida, a confesar que, efectivamente, había sentido algo más. ¿Algo más por su secuestrador? Por supuesto que no. Ni hablar. Se negó ante la idea.—¿Por qué te mientes a ti misma?—No siento más que asco por usted—le dijo.La cara del hombre se transformó, si de por sí siempre mantenía una expresión fría, ahora parecía un témpano de hielo.—¡Mientes!—le dijo, su voz sonó fuerte, a la vez que daba varios pasos acortando la distancia entre ellos. Ella retrocedió por inercia, ni loca lo dejaría acercarse de nuevo.—¡No se me acerque!—¡Lo haré! ¡Lo haré cuántas veces quiera!—le contradijo firmemente.Arlet torpemente intentó huir, por supuesto que huiría, sabía cuál era su intención, hacerla flaquear con sus tontos trucos y no lo permitiría.¿Pero podía huir? ¿Siquiera tenía caso intentarlo?Parecía simplemente una labor imposible, estaba en una habitación, a solas con ese hombre, sin nadie a su alrededor que pudiera ayudarla. Estaba perdida, y lo confirmo cuando, de un empujón, chocó contra la pared y lo sintió cernirse sobre ella. Era grande, pesado, intimidante.—¡No!—gritó, pero al segundo siguiente no pudo decir nada más. Sus labios estaban lo suficientemente ocupados como para poder hacerlo.Ese hombre la beso, él, Luke, su secuestrador. El mismo que había jurado venganza contra su padre, el mismo que decía detestarla con toda su alma, el mismo que le había gritado mil veces que la odiaba.Pero entonces, ¿por qué la besaba si la aborrecía tanto? ¿Y por qué ella se sentía así al sentir el contacto de sus labios, de esos labios que juraban odiarla?Era una locura y no lo permitiría. No permitiría que ganará, no permitiría que la hiciera flaquear con sus trucos, ni que su corazón se permitiera sentir algo más. Era su secuestrador y jamás sentiría otra cosa que desprecio por él.Un rayo de sol se filtró por la ventana dándole directo a la cara, sus ojos se abrieron con una mueca en ese instante. —Buenos días—murmuró una voz suave a su lado. La mirada azulada viajó por toda la habitación un segundo antes de enderezarse en la cama. —¿Arlet?—preguntó Luke con asombro, sin poder creerse que era la primera vez que dormía a su lado sin ningún tipo de episodio. La sonrisa de su esposa iluminó mucho más que el mismo sol que se colaba por la ventana. —¿Cómo dormiste? —Yo dormí… bien, supongo—las palabras tuvieron un sabor extraño en su boca. “Bien” y “dormir” eran dos palabras que desde hacía muchos años no habían sido pronunciadas juntas. —Finalmente, está dando resultados—la mujer se acercó y acarició su mejilla con dulzura—. Sabía qué funcionaria. Era cuestión de tiempo. —Arlet, eso fue muy arriesgado—no pudo evitar pensar en la posibilidad de que algo malo hubiese pasado. —No, Luke, ya no tienes que temer, las pesadillas se han ido—dijo con triunfo
Los rayos del sol comenzaban a ser visibles en el horizonte, dando la bienvenida a un nuevo día. Arlet, asomada desde la ventana, observaba con atención la diversidad de colores. Ese día, Nicolás saldría libre de la cárcel. Luego de siete meses en prisión, finalmente se le permitiría pagar la fianza que lo absolvería de todos sus delitos. Con ayuda de sus abogados pudo demostrar que no había estado involucrado en los negocios turbios de su padre. La labor de Nicolás siempre había sido únicamente la de un guardaespaldas. Pero a pesar de que estaba feliz por el desenlace de su amigo, su corazón se entristecía al pensar en Luke. La diferencia entre los dos era abismal, mientras que a Nicolás lo trataban como a un criminal más, con derecho a visitas y a ser defendido. A Luke ni siquiera le permitían verlo, a pesar de que seguía siendo su esposa. Contrario a lo que Luke había querido, ella no quiso invalidar el matrimonio. De hecho, ahora más que nunca necesitaba su apellido. Con u
—No puedo más. No puedo más—jadeó Arlet, cuando sintió que su cuerpo estaba a punto de colapsar. No soportaba correr un segundo más. Luke se detuvo y la soltó, para examinar su rostro con atención. Estaba pálida. Inmediatamente, sus ojos viajaron a la herida en su brazo derecho y con una mueca rompió un trozo de tela de su camisa y la vendó.—Tú también estás herido—señaló Arlet, al ver la concentración con la que intentaba detener el sangrado de su brazo. Esto no pareció ser relevante para él, porque su mente simplemente estaba en otra parte. Las sirenas policiales siguieron escuchándose y, aunque habían corrido lo suficiente como para alejarse, no estaban del todo a salvo. De hecho, acababan de ingresar a una especie de bosque aledaño. —Luke—lo llamó de nuevo, haciendo que sus ojos la mirarán por fin, pero en cuanto lo hizo se apartó de su lado. —Es posible que me relacionen con este evento—dijo en tono calculador—. Mis huellas están regadas en todas partes, sin mencionar que la
Arlet miró a uno de los hombres de su padre acercarse por su espalda, inmediatamente se giró y apretó el gatillo sin dudarlo.—¡Que nadie se me acerque!—rugió amenazante. Afortunadamente, el disparo solo sirvió para dar a entender que no estaba jugando. —Vaya, jamás hubiese podido imaginar este desenlace—dijo su padre—. Pero me gusta, no voy a negarlo—una sonrisa maquiavélica adorno sus facciones.—Padre, creo que no estás entendiendo lo que está pasando—su voz era firme y clara—. Pero por si no te has dado cuenta, pienso matarte. —Adelante—la alentó Amaro, abriendo los brazos e invitándola a pegarle un disparo. Las manos de Arlet temblaron sobre el arma, pero aun así su rostro mostró toda su convicción. «Debo hacerlo. Debo hacerlo», se repitió. Sabía que era la única forma de terminar con todo este infierno. Su padre no merecía vivir, no luego de todo el daño que había causado.—Bueno, si no me matas, entonces me temo que tendré que aprovechar mi tiempo en otras cosas. Ya sabe
Amaro se quitó la chaqueta que portaba, la cual ocultaba un chaleco antibalas. Parecía haber estado preparado para esto, pero no era el único. —Sabía que no eras tan estúpido de venirte sin nada—felicitó a Luke, luego de que sus hombres lo despojaran de un chaleco similar. La herida de bala que tenía en su abdomen era superficial, pero de igual forma emanaba sangre y daba la impresión de arder.—No sé qué pensaría tu padre si pudiera verte en este instante, siempre solía hablar muy bien de ti—le dijo a un Luke que acababa de ser atado de pies y manos—. “Mi hijo es un genio”, solía decir. Era un poco pretencioso, ¿sabías?Luke lo escuchaba con atención, pero no decía nada, su expresión estaba completamente en blanco. —¿Qué diría mi amigo Lisandro, si supiera que su querido genio se convirtió en nada más ni nada menos que un asesino?—se mofó. Amaro sabía bien dónde presionar para generar una reacción. Era realmente retorcido. —Ah, cierto—agregó con dramatismo un momento después, co
El rojo no era un color cualquiera, se había convertido en una constante en su vida. A la edad de catorce años, conoció vívidamente ese color cuando lo vio emanar del cuerpo de su propio padre, un golpe tras otro, ocasionó que pequeñas gotas rojizas salieran de él. Ese día conoció también el dolor y la impotencia, dos sentimientos fuertes qué mezclados hicieron de su vida un completo infierno. Ahora, años después, luego de haberse familiarizado tanto con ese color, volvía a padecer la misma mala impresión. Fue como un choque de la realidad, ser consciente nuevamente de que no se había hecho tan inmune al dolor como creía. En realidad, el dolor seguía estando presente en su vida, de una forma casi agonizante.—¡Deberías ver tu cara en este momento, Newton!—se escuchó la voz de Amaro, acompañada de una carcajada. El sonido le pareció lejano. Era como si hubiese entrado en una especie de bucle. Recordaba el día en que conoció a la mujer que ahora yacía sin vida en el suelo. Luego de m
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