40. Un mejor padre

Fausto.

Cancún, Quintana Roo.

—Estoy tranquilo —le dije rápido a Ulises, cerrando mi laptop con un aporreo que retumbó por todo el cuarto.

El colombiano alzó las cejas, pero Enzo habló por él desde su cómoda posición en el sillón negro de piel de mi oficina.

—Ahora dilo sin golpear la pared—.

Le rodé los ojos al italiano, que estaba inmerso en la pantalla en medio de su partida de FIFA.

Giré en mi silla para ver a través del cristal polarizado mi reflejo: recién afeitado, bañado, con mi nuevo traje Armani color café a la medida. Estaba bien. Claro que estaba bien.

Que los ineptos de mis amigos no lo entendieran era su problema.

—Tenés que prometerme que no vas a explotar, Fausto. Yo te conozco, hermano —escuché a Ulises.

Respiré fuerte y volví mi silla hacia ellos.

—No voy a hacer nada, tienes mi palabra—le dije, alzando los brazos.

El colombiano suspiró y me lanzó el paquete cuadrado y ligero. Me contuve para no parecer desesperado cuando lo tomé lentamente en mis manos. Luego me l
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