41. Creyente
Fausto.
Logré dormir un poco en el avión de camino a la Ciudad de México, donde Ulises estaba ahora mismo.
El colombiano me esperaba en su moderna casa, en compañía de mi ahijada Mireyla, que correteaba por todos lados bajo la mirada de su niñera. Yo podía tener esa imagen. Quería esa imagen.
—¿Más tranquilo, parce? —me preguntó Ulises cuando estrechamos brazos en su amplia sala alfombrada.
La pequeña Mireyla se mostró ajena a mi presencia. ¿Así sería Fara en el futuro?
—Necesito verlos —le dije sin rodeos a Ulises, dejándome caer en uno de los sillones de piel.
El colombiano tomó asiento con calma en el sillón de enfrente, cruzándose de brazos. Su bata negra resaltaba contra sus ojos serenos como el mar.
Las caricaturas en la televisión hacían más ruido del que soportaba.
—Yo no puedo prometerle eso. Sin embargo, podría hablar con el Chino a ver qué se puede arreglar —Ulises se detuvo cuando su pequeña hija le extendió una Barbie.
—Diles que le regreso a su mamá y a sus hermanos. A