La batalla final del arduo día de entrenamiento llevó a Akal y a Alter, los Liaks más fuertes, a enfrentarse para admiración del resto de la manada.
En una amplia arena, que no envidiaba en gloria a la de Balardia, dejaron atrás su forma humana y cedieron el control a sus lobos. Un blanco y lustroso pelaje cubrió el cuerpo de Akal, quien, por derecho de nacimiento, debía liderar la manada del mismo color. El pardo brillante de Alter le recordó a Gro a los coyotes que merodeaban por su aldea luego de que la hambruna la asolara en época de sequía. Los había visto pelearse por los escuálidos miembros de su familia como ratas hambrientas.
El muchacho, sentado en la última fila de los espectadores, apretó los ojos cuando las criaturas se lanzaron una sobre la otra. Los gruñidos roncos y los zarpazos le cortaban el aliento en lo que era una pelea de lobos voraces y descomunales. No terminaba de convencerse de que Alter se hubiera convertido en aquello o de que todos los que lo rodeaban fuer