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Capítulo 60: Ya no se puede confiar en nadie.

La alegría por las festividades se reflejaba en cada rostro, como si el pueblo entero respirara al compás de la música que invitaba a bailar. La plaza, adornada con luces y banderines de colores, bullía de emoción. Una multitud se congregaba, expectante, aguardando la llegada de los artistas que iluminarían la noche con su espectáculo.

Mary e Isabel caminaban entre la gente con una elegancia natural. Dondequiera que iban, atraían las miradas —algunas de admiración, otras cargadas de deseo—. Pedro lo sabía bien. Y aunque intentaba disimularlo, no podía evitar el malestar que le causaban aquellas miradas ajenas, invasivas, que se posaban sobre las dos mujeres que más amaba.

Había reservado una mesa exclusiva, un rincón cómodo y algo apartado, con ocho sillas y buena vista al escenario. Los padres de Juliana ya habían llegado, y ella, sonriente, los invitó a tomar asiento. Las presentaciones formales se sucedieron entre sonrisas y apretones de manos. Sin embargo, el ambiente se enturbió
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