Juliana agradeció a su hermano por su ayuda. Isabel, aunque también valoraba el gesto generoso de Michael, no podía evitar sentirse incómoda. Extrañaba su casa, su cama, su habitación... extrañaba todo. Pero lo que más la inquietaba era la forma en que Michael la observaba. En su mirada azul había algo extraño, quizás desprecio, tal vez algo más. Para evitarlo, prefería no mirarlo directamente a los ojos.
—Espero que se sientan cómodas —dijo Michael con un tono neutro—. Casi no uso este apartamento, pero siempre me preocupo de que esté limpio por si alguien lo necesita.
—¿Aquí es donde traes a todas tus novias? —preguntó Juliana con una risita burlona.
Michael la miró con una sonrisa en los labios antes de tomarla en sus brazos y darle un fuerte abrazo, seguido de un beso en la frente. Pero el momento se rompió abruptamente con el llanto del bebé, proveniente de la habitación. Isabel corrió hacia él y lo arrulló contra su pecho, mientras Juliana, con manos temblorosas, buscaba el bibe