Nadie entendía cómo John había logrado entrar a la habitación de Isabel. La seguridad de la mansión dejaba mucho que desear.
Tras reducirlo, los criados lo arrastraron fuera de la casa mientras Juliana llamaba a la policía. No permitirían que siguiera cerca, mucho menos después de lo que había intentado hacer.
Desde el exterior, se escuchaban sus gritos llenos de rabia.
—¡Te mataré a ti y a tu hijo, maldita entrometida! —vociferaba John con furia. —¡Y tú, Isabel, serás mía, aunque me cueste la vida! ¡Esto no ha terminado! Yo soy tu única familia, deberías estar a mi lado, no con extraños que no te quieren. ¡Yo sí te quiero y puedo demostrártelo!
Juliana cerró los ojos con impotencia, tratando de contener el temblor en sus manos. Su instinto le decía que John no se detendría hasta lograr su cometido.
Se giró hacia Isabel, quien, con la mirada perdida, terminaba de vestirse.
—¿Te hizo daño? —preguntó con preocupación.
Isabel evitó su mirada y respondió con voz temblorosa:
—Me golpeó, pe