—Ya que no quieres hablar, te refrescaré la memoria. Y no me provoques, porque soy capaz de acabar contigo y con lo poco que te queda... si es que aún te queda algo.
—¡Usted mató a mi padre y le hizo daño a mi madre! —respondió Pedro lentamente, con rabia contenida.
—¿Mary? —preguntó Carlos, sorprendido.
—¡No mencione a mi madre, ella es una santa! —gritó Pedro.
—Mary... ¿Qué sabes tú de Mary? ¿Dónde está ella? Dímelo todo. —Carlos se acercó bruscamente y lo tomó por el cuello de la camisa—. ¡Dime dónde está Mary!
—¿Para qué? Usted le hizo mucho daño.
—Ella es muy importante para mí. Dime dónde está.
—Si hubiera sido importante, no le habría hecho todo lo que le hizo.
—Tú no sabes nada, imbécil, y nunca lo sabrás —gritó Carlos con furia—. Sabes que puedo destruirte. Deja las cosas como están o correrás la misma suerte que tu padre. Ahora, lárgate de mi vista y de mi pueblo.
Pedro sabía que se estaba enfrentando a un hombre peligroso, alguien a quien jamás podría vencer solo. Carlos te