SIENNA
El aire es más denso hoy. No es solo la altura, es la historia del lugar. Cada piedra en el camino hacia la cabaña de entrenamiento carga con el peso de lo que se ha vivido aquí: gritos, caídas, sangre, sudor. Antes venía obligada, ahora camino por voluntad propia. O eso intento creer.
Voy detrás de Massimo y Matteo, en completo silencio. Escucho el crujido de las ramas secas bajo nuestras botas —porque, por supuesto, ya no estoy en pijama—, el viento entre los árboles, los pájaros alejándose.
Cuando por fin doblamos el último tramo del sendero, ahí está: la cabaña de siempre.
Pero algo ha cambiado.
La estructura sigue siendo la misma —alta, de madera oscura, con esa mezcla de casa de campo y zona militar—, pero ahora es distinta. Ya no hay un ring en el centro, ni colchonetas sucias ni cuerdas colgando. El interior ha sido despejado y reorganizado. Han instalado varias zonas de tiro, líneas delimitadas con precisión milimétrica y blancos móviles que se desplazan a través de ri