SIENNA
La noche cae con una lentitud suave, como si el cielo supiera que el día fue largo y está dándonos un respiro. La mansión está más tranquila ahora. Las voces se han apagado, los pasillos parecen dormidos, y desde mi habitación solo se oye el sonido del viento rozando las cortinas.
Estoy en bata, con el cabello suelto, mirando mi reflejo en el espejo. Aún tengo marcas leves de la práctica del tiro en los brazos. Me siento viva. Fuerte. Pero también… cansada. Un agotamiento que va más allá del cuerpo. Es mental y emocional.
Golpean la puerta, dos veces. Luego, sin esperar respuesta, él entra.
— ¿Puedo? —pregunta, como si no hubiera cruzado ya el umbral.
Asiento, porque siempre puede. Porque él no necesita permiso, pero aun así lo pide cuando se trata de mí.
Entra con paso tranquilo, pero en la mano lleva algo que me desconcierta. No es una caja, no es un arma. Es… una manta, una botella de vino y una cajita de madera del tamaño de un libro.
— ¿Qué es eso? —pregunto, frunciendo el