El salón de gala, antes un bastión de la élite, era ahora una escena de caos y devastación. Los gritos de pánico habían sido reemplazados por el sonido de sirenas, el clamor de los medios de comunicación y las órdenes concisas de la policía y los paramédicos. Un helicóptero de noticias sobrevolaba el edificio, su foco de luz añadiendo un dramatismo frío a la tragedia.
Nathaniel Vance fue rodeado casi de inmediato por un equipo de paramédicos. Lo examinaron con rapidez, buscando heridas, pero él estaba ileso, aparte de algunas salpicaduras de sangre seca en su traje y la adrenalina aun en la sangre. Desde la silla donde lo habían sentado para la revisión, Vance divisó a la mujer de los ojos azules. Estaba en otra silla cercana, siendo atendida por un paramédico que limpiaba los cortes de vidrio en su brazo y rostro.
Vance ni siquiera podía comprender cómo fue que la salvó. Las pocas clases de tiro que tuvo fue Senador, sirvieron de algo. No lo pensó. Fue el instinto el que lo llevó a d