La tenue luz del anochecer apenas iluminaba la habitación de Anastasia, creando sombras danzarinas que hacían aún más palpable la frágil esperanza que se había encendido en el corazón de Nathaniel Vance. La lucidez de Anastasia, fugaz como un sueño, lo había sacudido hasta lo más profundo. Su súplica: "Ayúdame… solo quiero ser feliz con mi bebé", resonaba en sus oídos, una melodía dolorosa que prometía un camino de regreso.
Vance se inclinó sobre ella, la mano de Anastasia aún tibia y frágil en la suya. Sus ojos, más claros, lo miraban con una mezcla de desesperación y un atisbo de la Anastasia que conocía.
—Anastasia, mi amor, me asustaste tanto —susurró, las palabras brotando de su alma—. Estoy aquí. No te voy a dejar.
Anastasia tragó de nuevo y entrecerró los ojos. Se sentía cansada, confusa, como si su cabeza fuese un torbellino. Solo sabía que de nuevo estaba en un hospital por todo lo que veía y olía, y que no sabía cuánto pasó, pero su vientre era enorme.
—Sácame de aquí. —La v