El podio brillaba bajo los focos como un altar de sacrificios en el Salón Este de la Casa Blanca.
Nathaniel Vance se detuvo frente a él, el peso de las cámaras y la expectación del mundo sobre sus hombros. Había tomado la decisión más difícil de su vida, una que cambiaría para siempre el curso de su presidencia y de su existencia. Sus asesores, con David Hayes y Benjamin Carter a la cabeza, lo observaban desde un lateral, sus rostros una mezcla de alivio, aprensión y la certeza de que estaban presenciando el fin de una era. La noticia de la fuga de Rebecca Thorne aún resonaba como un trueno distante, añadiendo una capa más de terror a la insoportable tensión.
Vance respiró hondo, el aire de la sala denso y cargado.
Su mirada recorrió los rostros de los periodistas, una masa borrosa de curiosidad y juicio. En algún lugar, Ellis, el hombre que le había arrebatado a su esposa y a su hijo por un crimen olvidado, estaría observando. Y en algún otro lugar, Rebecca, libre y desquiciada, acec