La furia de Rebecca Thorne bullía bajo una superficie de falsa calma, era como una caldera a punto de estallar.
Ellis, con su lógica fría y su control férreo, se había atrevido a interponerse entre ella y su venganza más preciada: Anastasia. La imagen de Vance, destrozado, pero a salvo, confesando sus crímenes al mundo, era una victoria amarga para Rebecca.
Él no había sufrido lo suficiente. No había perdido lo suficiente, y Ellis había garantizado la supervivencia de Anastasia. El cuchillo que había guardado en su cintura era un peso constante, un recordatorio de su frustración y de la nueva misión que se había autoimpuesto: eliminar a Ellis a como diera lugar.
Observó a Ellis interactuar con sus hombres, la autoridad inherente en cada uno de sus gestos. Había subestimado su control, su visión, pero la Resistencia era su creación, su medio para un fin. No permitiría que un hombre, por muy brillante o vengativo que fuera, le arrebatara su final perfecto.
"Él no entiende", pensó Rebecc