El aire en el búnker subterráneo tenía un olor metálico y eléctrico, una mezcla de tecnología avanzada y la constante humedad de la tierra. Rebecca, vestida con ropa militar oscura y práctica que disimulaba su incipiente embarazo, se movía con una nueva determinación. El dolor físico de sus heridas había disminuido, reemplazado por una punzada constante de resentimiento y una sed de venganza que la consumía.
Sentada frente a una serie de monitores parpadeantes, sus ojos verdes reflejaban la fría luz de las pantallas. Ellis, el líder de la Resistencia, estaba a su lado, su presencia imponente y tranquila.
—¿Estás lista? —preguntó Ellis, su voz grave y su mirada fija en los datos complejos que se desplazaban por las pantallas.
—Más que lista. —Rebecca sonrió, una sonrisa sin alegría, afilada por el odio—. Vance va a pagar.
Ellis sintió que salvarla fue de las mejores decisiones.
—Este es el primer paso. El objetivo es simple: desestabilizar la cadena de suministro nacional. —Ellis señal