El aire del hospital era frío y aséptico, un contraste brutal con el olor a tierra y humedad de las minas.
Anastasia se sentó en la sala de espera, su ropa sucia y su rostro cubierto de hollín y sangre seca, indiferente a las miradas curiosas del personal y de los pacientes. La espera se sentía como una tortura. Un minuto se sentía como una hora, una hora se sentía como una eternidad. No se movería de allí, no comería, no bebería, hasta que supiera que Vance estaba a salvo.
No había tiempo para llevar a Nathaniel hasta Estados Unidos, así que en contra de los tratados, lo atendieron en Moscú. Le dieron primeros auxilios en el avión, y llegando a Moscú lo atendieron en el mejor hospital. A Dmitri no le gustaba ni un poco la idea. No le gustaba la idea de que Nathaniel estuviera en sus tierras, y que por ende, sus hombres también, pero fue lo que su hija eligió, y sobre su cadáver lo sacaban de allí.
Los hombres de confianza de Vance estaban en camino en ese momento, volando medio plane