La cámara, con su ojo de cristal frío, miraba fijamente a Anastasia. El aire, pesado y gélido, era un recordatorio constante de su cautiverio. Los golpes en el cuerpo de Vance, que estaba sentado en una silla, amordazado y herido, eran un eco que la hacía temblar. El hombre, conocido como Depredador, le dio la señal para hablar, y la voz de Anastasia, que había sido desafiante, se transformó en una mezcla de miedo y de determinación.
—Soy Anastasia Slova, hija de Dmitri Slov. Hace cinco días caímos del cielo después de que el avión estallara en pedazos. Desde entonces hemos estado perdidos, hasta hace menos de tres días que caímos en manos de un grupo terrorista ruso —dijo Anastasia, su voz resonaba en el oscuro espacio de la cueva, con la mirada helada ante la cámara—. Piden un rescate de ochenta millones de rublos, o un millón en dólar americano por cada uno. Tienen dos días para entregarlos en la frontera con Ucrania, en dos maletas de metal, a las dos de la madrugada, sin policías