Los días posteriores a la confrontación con Anastasia fueron un tormento para Nathaniel. La incertidumbre sobre el embarazo de la Primera Dama lo carcomía como una espina clavada en su ya maltrecha psique que amenazaba con derrumbarlo.
La Casa Blanca seguía sumida en el caos mediático, y cada entrevista, cada titular, lo hundía más en el fango de la opinión pública. Desesperado por obtener una confirmación, o una negación convincente, Vance intentaba una y otra vez concertar una nueva reunión con Anastasia.
—¿Sería posible que me concediera unos minutos, princesa Slova? —preguntó Vance—. Necesito hablar con usted. Es urgente.
La voz de Vance, al dictar el mensaje a su asistente, estaba cargada de una desesperación apenas contenida, una súplica impropia de un Presidente. La respuesta de Anastasia llegó a través de su propia asistente, concisa y cruel.
—La Primera Dama lamenta informar que su agenda está completa, Presidente —dijo tosca—. No tiene tiempo para discutir asuntos personales