28. El Consejo Final de Franco
El silencio de la suite de Matteo era ensordecedor.
Había elegido a Lucía. Había negado a Isidora la satisfacción de ser la única. Pero mientras la voz de Lucía se arrastraba con trivialidades urgentes sobre alguna fiesta a la que quería que la acompañara, Matteo solo podía ver los ojos de Isidora, la desesperación y la súplica que él había provocado.
Su cuerpo estaba todavía tenso por la cercanía forzada. La había tenido. Vulnerable, temblando bajo él. Y la había abandonado por una maldita llamada telefónica que ni siquiera importaba.
No fue una elección consciente. Fue un acto reflejo de su orgullo enfermo: no le daría a Isidora el poder de ser su única prioridad. No podía permitirse esa debilidad.
Matteo colgó el teléfono sin molestarse en despedirse de Lucía, interrumpiéndola en medio de una frase. Lanzó el móvil sobre el sofá con fuerza suficiente para que rebotara. Caminó hacia la ventana, apoyando las manos en el cristal frío. La vista de la ciudad era la misma de siempre, pero