Las semanas pasaron como suspiros robados en medio del caos. Alessandro y Enzo se volvieron inseparables, aunque a los ojos del mundo todo parecía igual. Nadie sospechaba que el mafioso más temido de Italia y su guardaespaldas compartían más que una vida de peligro: compartían caricias furtivas, risas escondidas, miradas que decían todo sin pronunciar una sola palabra.
Se volvieron novios ocultos, como dos adolescentes atrapados en cuerpos de hombres demasiado curtidos por la vida. El despacho de Alessandro se convirtió en su santuario. Las noches ya no eran frías, no cuando Enzo aparecía después de que todos dormían y se deslizaba por la mansión en silencio, directo a los brazos de su jefe… y ahora amante.
En público, la distancia era profesional, medida, impecable. En privado, eran carne viva, deseo contenido, ternura áspera entre dos hombres que no sabían cómo amar, pero lo estaban aprendiendo.
Enzo dormía muchas veces en la misma habitación que Alessandro, aunque al amanecer debía