El sol apenas comenzaba a colarse entre las cortinas desgastadas del apartamento. Valentina llevaba horas sin parpadear demasiado, concentrada en la pantalla, conectando fechas, nombres y documentos. El aire estaba cargado, no de miedo, sino de urgencia. De esa adrenalina que te mantiene viva aunque el cuerpo grite por descanso.
Sebastián se puso una chaqueta negra, sencilla, con un bolsillo interno donde ocultaba su arma.
—Voy a encontrar a Carolina y a David. Son los únicos periodistas que pueden mover esta bomba sin venderse. —Le habló a Valentina sin levantar la voz—. Son jóvenes, tercos y no le deben nada al poder.
—¿Confías en ellos? —preguntó ella, sin quitar la vista del archivo que tenía frente a sí.
—No. Pero confío en el miedo que tendrán si deciden traicionarnos. —Le guiñó un ojo—. Les dejé una cápsula con pruebas en caso de que me pase algo. Si caigo, cae todo el sistema con ellos.
Tomás apareció desde el baño, vestido con ropa deportiva y una gorra gris que le cubría la